Un evangelio políticamente incorrecto
Hace años, durante una estancia en Argentina, me invitaron a tener una charla en la parroquia de Lomas de Zamora (Gran Buenos Aires). En el coloquio posterior, una muchacha me comentó que no le gustaba el pasaje en el que Jesús trata muy mal a una mujer cananea. Le dije: «Es cierto. Ese relato parece políticamente incorrecto. Te lo voy a contar de otra forma, a ver si te gusta más».
«Una vez Jesús se dirigió al territorio de Tiro y Sidón. Una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
― Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.
Jesús se volvió hacia ella y le dijo:
― Vuelve a tu casa. Tu hija está sana.»
«¿Te gusta más así?» La muchacha se quedó desconcertada, porque había algo en esta versión que no acababa de convencerle. Le resultaba demasiado sencilla, faltaba algo. Efectivamente, falta todo lo que escandaliza; pero falta también la prueba de sabiduría de la mujer, capaz de retorcer el argumento de Jesús y dejarlo sin palabras.
El Mesías antipático y la pagana insistente
Para entender la versión que ofrece Mateo de este episodio hay que conocer la de Marcos, que le sirve como punto de partida.
Marcos cuenta una escena más sencilla. Jesús llega al territorio de Tiro, entra en una casa y se queda en ella. Una mujer que tiene a su hija enferma, acude a Jesús, se postra ante él y le pide que la cure. Jesús le responde que no está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos. Ella le dice que tiene razón, pero que también los perritos comen de las migajas de los niños. Y Jesús: «Por eso que has dicho, ve, que el demonio ha salido de tu hija».
Mateo describe una escena más dramática cambiando el escenario y añadiendo detalles nuevos.
El encuentro no tiene lugar dentro de la casa, sino en el camino. Esto le permite presentar a Jesús y a los discípulos andando, y la cananea detrás de ellos.
La cananea no comienza postrándose ante Jesús, lo sigue gritándole: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Pero Jesús, que siempre muestra tanta compasión con los enfermos y los que sufren, no le dirige ni una palabra.
La mujer insiste tanto que los discípulos, muertos de vergüenza, le piden a Jesús que la atienda. Y él responde secamente: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
La cananea no se da por vencida. Se adelanta, se postra ante Jesús, obligándole a detenerse, y le pide: «Señor, socórreme». Vienen a la mente las palabras de Mt 6,7: «Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso». Esta pagana no es palabrera; pide como una cristiana. Imposible mayor sobriedad.
Sigue el mismo diálogo que en Marcos sobre el pan de los hijos y las migajas que comen los perritos.
Pero el final es muy distinto. Jesús, en vez de decirle que su hija está curada, le dice: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
¿Cuáles son los cambios fundamentales que introduce Mateo?
1) Presenta a Jesús de forma antipática: no responde ni una palabra a pesar de que la mujer va gritando detrás de él; parece un nacionalista furibundo al que le traen sin cuidado los paganos; es capaz de avergonzar a sus mismos discípulos.
2) En cuanto a la mujer, acentúa su angustia y su constancia. No se limita a exponer su caso (como en Marcos), sino que intenta conmover a Jesús con su sufrimiento: «Ten compasión de mí, Señor», «Señor, socórreme». Y lo hace de manera insistente, obstinada, llegando a cerrarle el paso a Jesús, forzándolo a detenerse y a escucharla.
Ni obstinación ni sabiduría, fe
Jesús podría haberle dicho: «¡Qué pesada eres! Vete ya, y que se cure tu hija». O también: «¡Qué lista eres!» Pero lo que alaba en la mujer no es su obstinación, ni su inteligencia, sino su fe. «¡Qué grande es tu fe!».
Poco antes, a Pedro, cuando comienza a hundirse en el lago, le ha dicho que tiene poca fe. Y a los discípulos les dirá que «si tuvierais fe como un granito de mostaza…», dando por supuesto que no tienen ni eso. En cambio, la pagana tiene gran fe. Y esto trae a la memoria otro pagano del que ha hablado antes Mateo: el centurión de Cafarnaúm, con una fe tan grande que también admira a Jesús.
Con algunas mujeres no puede ni Dios
El episodio de la cananea recuerda a otro aparentemente muy distinto: las bodas de Caná. También allí encontramos a un Jesús antipático, que responde a su madre de mala manera cuando le pide un milagro (la expresión hebrea mâ lî walak siempre se usa en contexto de reproche), y que busca argumentos teológicos para no hacer nada: «Todavía no ha llegado mi hora». Sólo le interesa respetar el plan de Dios, no hacer nada antes de que él se lo ordene o lo permita.
En el caso de la cananea, Jesús también se refugia en la voluntad y el plan de Dios: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Yo no puedo hacer algo distinto de lo que me han mandado.
Sin embargo, ni a María ni a la cananea les convence este recurso al plan de Dios. En ambos casos, el plan de Dios se contrapone a algo beneficioso para el hombre, bien sea algo importante, como la salud de la hija, o aparentemente secundario, como la falta de vino. Ellas están convencidas de que el verdadero plan de Dios es el bien del ser humano, y las dos, cada una a su manera, consiguen de Jesús lo que pretenden.
En realidad, el título de este apartado se presta a error. Sería más correcto: «Dios usa a algunas mujeres para dejar clara cuál es su voluntad». Pero resulta menos llamativo.
«Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel»
Con estas palabras pretende justificar Jesús su actitud con la cananea. Si los discípulos hubieran sido tan listos como la mujer, podrían haber puesto a Jesús en un apuro. Bastaba hacerle dos preguntas:
1) «Si sólo te han enviado a las ovejas descarriadas de Israel, ¿por qué nos has traído hasta Tiro y Sidón, que llevamos ya un montón de días hartos de subir y bajar cuestas?»
2) «Si sólo te han enviado a las ovejas descarriadas de Israel, ¿por qué curaste al hijo del centurión de Cafarnaúm, y encima lo pusiste como modelo diciendo que no habías encontrado en ningún israelita tanta fe?»
Como los discípulos no preguntaron, no sabemos lo que habría respondido Jesús. Pero en el evangelio de Mateo queda claro desde el comienzo que Jesús ha sido enviado a todos, judíos y paganos. Por eso, los primeros que van a adorarlo de niño son los magos de Oriente, que anticipan al centurión de Cafarnaúm, a la cananea, y a todos nosotros.
Primera lectura y evangelio
La primera lectura ofrece un punto de contacto con el evangelio (por su aceptación de los paganos), pero también una notable diferencia. En ella se habla de los paganos que se entregan al Señor para servirlo, observando el sábado y la alianza. Como premio, podrán ofrecer en el templo sus holocaustos y sacrificios y serán acogidos en esa casa de oración.
La cananea no observa el sábado ni la alianza, no piensa ofrecer un novillo ni un cordero en acción de gracias. Experimenta la fe en Jesús de forma misteriosa pero con una intensidad mayor que la que pueden expresar todas las acciones cultuales.
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