La oposición al Papa Francisco
Marco Antonio Velásquez Uribe
No hay duda que el papa tiene una férrea oposición
dentro de la Iglesia. Unos lo expresan de manera cada vez más abierta;
otros lo hacen sentir de manera menos visible.
En un comienzo lo criticaron por
la sencillez de sus atuendos, luego por su libertad litúrgica, más tarde por su
crítica al sistema económico. Ahora les molesta que visite a sus amigos -más
bien que tenga amigos, peor aun si son judíos, musulmanes o pentecostales. No
les gusta que ría, que juegue, que sorprenda, que improvise, que dialogue, que
telefonee, en resumen, que actúe humanamente.
En un plano más reservado, el
descontento se acompaña de la felonía del chisme, donde la indignación con el
papa cunde por su crítica y denuncia sistemática contra la corrupción del
clero. No le perdonan que exponga públicamente sus debilidades, aunque con ello
el papa busque contener el proceso de degradación que experimenta la noble y
necesaria función sacerdotal.
En un nivel más elevado, y de
manera más orgánica, se estructura una oposición dogmática contra el magisterio
del papa Francisco. Silenciosamente va tomando fuerza una corriente teológica
que, sin pudor, va enmendando la plana a los anhelos reformistas del papa.
Por un lado están quienes
-amparados en el poder de su dinero, de sus privilegios y comodidades- han
actuado eficazmente para silenciar la Evangelii gaudium.
Sorprende que una exhortación pontificia tan incisiva no sea suficientemente
socializada en foros, seminarios, jornadas u homilías; menos aun en tiempos de
globalización de las comunicaciones.
Por otro lado, están quienes,
convencidos de defender el buen Nombre Dios, advierten públicamente contra todo
gesto de apertura o supuesta laxitud moral que pueda desencadenar la
misericordia papal. En esta categoría caben los temas relativos a la comunión y
confesión de las personas separadas o divorciadas vueltas a casar, los temas de
la moral sexual, la ordenación de los viri probati y de las
mujeres, así como los nombramientos de obispos, entre otros.
La oposición al papa se articula
bajo la misma estructura piramidal de la Iglesia y opera en forma directamente
proporcional al poder eclesial. Donde hay más poder, hay mayor oposición.
Consecuente con ello, los núcleos de oposición están radicados en la jerarquía,
y más precisamente, en no pocos obispos.
Quienes se aglutinan tras la oposición del papa son los obispos que han
comprendido su ministerio episcopal bajo una concepción administrativa de
ejercicio de poder eclesial. Son quienes han renunciado a asumir la tarea
episcopal como un encargo evangélico orientado eminentemente al servicio del
Pueblo de Dios. Son los obispos que se han dejado guiar por sus propios miedos
y prejuicios, más que por la guía fiable del Espíritu Santo. Son quienes no
confían en su clero ni en sus fieles, y que consecuentemente dedican gran parte
de su tiempo a controlar, reprimir y sancionar. Son quienes se dejan interpelar
más por el Código de Derecho Canónico que por los Evangelios. Son quienes no
han asimilado esa gracia divina de la misericordia y que por tanto “dicen
una cosa y hacen otra. Atan cargas pesadas, imposibles de soportar, y las echan
sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas
ni siquiera con un dedo.” (Mt 23, 3b – 4). Son quienes, en definitiva,
apagan el Espíritu y quienes han sumido a la Iglesia, de todos, en una crisis
de grandes proporciones, habiendo tanto bien que compartir y tanto sufrimiento
que contener.
Mientras ayer la Iglesia era
remecida por vergonsosos escándalos provocados por algunos de sus ministros, en
el presente aflora en la conciencia del Pueblo de Dios esa otra crisis, que
persiste a través de la historia, es la crisis que provoca la tentación del
ejercicio del poder en la Iglesia. Esta es la crisis que afecta de manera más
incisiva al servicio apostólico del papa Francisco y que lo lleva
insistentemente a pedir que el Pueblo de Dios lo sostenga con la oración.
El papa, como fiel hijo de san Ignacio de Loyola, con su testimonio
actualiza esa Guerra del Reino descrita en los Ejercicios Espirituales. La
escena de un campo de batalla donde se enfrentan la vida y la muerte, el bien y
el mal, y donde los hombres se disponen a luchar bajo una de Las Dos
Banderas, la de Jesucristo o la de Santanás, es una adecuada escenificación
para graficar las tensiones que afectan a la Iglesia y al papa. (EE 135-149).
Tan fuerte es la tentación del
poder que invade al ministerio episcopal, que San Agustín, como obispo bueno de
Hipona, quiso advertir a sus contemporáneos y a sus sucesores de los peligros
que encierran el ejercicio del episcopado, diciendo: “Desde que se me impuso
sobre mis hombros esta carga, de tanta responsabilidad, me preocupa la cuestión
del honor que ella implica. Lo más temible en este cargo es el peligro
de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a
vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros,
por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy
cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de
cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación.”
Sermón 340.
No está lejano el día en que el
Pueblo de Dios comience a sustituir sus reverencias por exigencias de
conversión a sus pastores, porque nada alienta más a vivir la alegría del
Evangelio que el buen ejemplo de esos hombres que están llamados a guiar a los
hijos e hijas de la Iglesia. Mientras
tanto, ese mismo Pueblo seguirá sosteniendo fielmente al papa Francisco con su
modesta y agradecida oración.
Marco Antonio Velásquez Uribe
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