El socialismo no se ha
ido al limbo
Leonardo Boff
Nuestra
generación ha visto caer dos muros aparentemente indestructibles: el muro de
Berlín en 1989 y el muro de Wall Street en 2008. Con el muro de Berlín se
derrumbó el socialismo que existía realmente, marcado por el estatismo, el
autoritarismo y la violación de los derechos humanos. Con el muro de Wall
Street, se deslegitimó el neoliberalismo como ideología política y el
capitalismo como modo de producción, con su arrogancia, su acumulación
ilimitada (greed ist good = la avaricia es buena), al precio de la
devastación de la naturaleza y de la explotación de las personas.
Se
presentaban como dos visiones de futuro y dos formas de habitar el planeta,
incapaces ahora de darnos esperanza y de reorganizar una convivencia planetaria
en la cual puedan caber todos y que asegure las bases naturales que sustentan
la vida en grado avanzado de erosión.
En
este contexto resurgen, ya sean las propuestas vencidas en el pasado pero que
pueden tener ahora posibilidad de realización (Boaventura de Souza Santos),
tales como la democracia comunitaria y el “buen vivir” de los andinos, ya sean
las del socialismo originario, pensado como una forma avanzada de democracia.
El
capitalismo realmente existente (la sociedad de mercado) lo descarto de
antemano, porque es tan nefasto que de continuar con su lógica devastadora
puede liquidar la vida humana sobre el planeta. Hoy funciona solo para una
pequeña minoría: 737 grupos económico-financieros controlan el 80% de las
corporaciones transnacionales y, dentro de ellos, 147 grupos controlan el 40%
de la economía mundial (según datos del famoso Instituto Tecnológico Suizo), o
los 85 más ricos que acumulan el equivalente de lo que ganan 3.057 millones de
pobres del mundo (Informe de Oxfam Intermón de 2014). Tal perversidad no puede
prometer nada para la humanidad sino depauperación creciente, hambre crónica,
sufrimiento atroz, muerte prematura y, en el límite, el armagedón de la
especie humana.
El
socialismo, asumido en Brasil por varios partidos, particularmente el PSB del
lamentado Eduardo Campos, tiene algunas oportunidades. Sabemos que su
nacimiento se encuentra entre activistas cristianos, críticos de los excesos
del capitalismo salvaje, como Saint-Simon, Proudon y Fourier, que se inspiraron
en los valores evangélicos y en lo que se llamó «La Gran Experiencia» que
fueron los 150 años de la república comunista cristiana de los guaranís
(1610-1768). La economía era colectivista, primero para las necesidades
presentes y futuras y el resto para la comercialización.
Un
jesuita suizo Clovis Lugon (1907-1991) expuso apasionadamente el intento en su
famoso libro: “La república guaraní: los jesuitas en el poder” (edit. Paz e
Terra 1968). Un procurador de la república, el brasilero Luiz Francisco
Fernandez de Souza (*1962) escribió un libro de mil páginas: “El socialismo:
una utopía cristiana”. Personalmente vive los ideales que predica: hizo voto de
pobreza, se viste sencillísimamente y va al trabajo en un viejo Volkswagen
escarabajo.
Los
fundadores del socialismo (Marx pretendió darles un carácter científico contra
los otros a los que llamaba utópicos) nunca entendieron el socialismo como
simple contraposición al capitalismo, sino como la realización de los ideales
proclamados por la revolución burguesa: la libertad, la dignidad del ciudadano,
su derecho al libre desarrollo y la participación en la construcción de la vida
colectiva y democrática. Gramsci y Rosa de Luxemburgo veían el socialismo como
la realización plena de la democracia.
La
pregunta básica de Marx (abstrayendo la construcción teórico-ideológica
discutible que creó alrededor de eso) era: ¿por qué la sociedad burguesa no
consigue realizar para todos los ideales que proclama? Produce lo contrario de
lo que quiere. La economía política debería satisfacer las demandas humanas
(comer, vestir, vivir, instruirse, comunicarse, etc.), pero en realidad atiende
a las necesidades del mercado, en gran parte inducidas artificialmente y su
objetivo es el lucro creciente.
Para
Marx la no consecución de los ideales de la revolución burguesa no se debe a la
mala voluntad de los individuos o de los grupos sociales. Es consecuencia
inevitable del modo de producción capitalista. Este se basa en la apropiación
privada de los medios de producción (capital tierras, tecnología, etc.) y en la
subordinación del trabajo a los intereses del capital. Tal lógica desgarra la
sociedad en clases, con intereses antagónicos, repercutiendo en todo: en la
política, en el derecho, en la educación etc.
En
el orden capitalista, las personas tienden fácilmente, lo quieran o no, a volverse
inhumanas y estructuralmente «egoístas», pues cada cual se siente urgido a
cuidar primero de sus intereses y solamente después de los intereses
colectivos.
¿Cuál
es la salida pensada por Marx y seguidores? Vamos a cambiar de modo de
producción. En lugar de la propiedad privada, vamos a introducir la propiedad
social. Pero cuidado, advierte Marx, el cambio del modo de producción todavía
no es la solución. No garantiza la nueva sociedad, solo ofrece posibilidades de
desarrollo de los individuos, que ya no serían medios y objetos sino fines y
sujetos solidarios en la construcción de un mundo con verdadero rostro humano.
Incluso con estas condiciones previas, las personas tienen que querer vivir
según las nuevas relaciones, de lo contrario, no surgirá la nueva sociedad.
Dice todavía más: «la historia no hace nada; es el ser humano concreto y vivo
el que hace todo...; la historia no es otra cosa que la actividad de los seres
humanos buscando sus propios objetivos».
Mi
valoración es: iremos hacia una crisis ecológico-social de tal magnitud que, o
asumimos el socialismo con modo humanístico o no tendremos cómo sobrevivir.
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