sábado, 11 de junio de 2016

Moisés: 

una vida de novela

Una serie televisiva brasileña de altísimo rating en la Argentina convirtió al colosal personaje bíblico en un tema de conversación cotidiana. 
Cuánto hay de cierto y cuánto de fantasía sobre el viejo y sabio profeta hebreo.
 Norma Kraselnik

"Doy todo por volver a casa para mirar la novela” fue al principio una expresión característica que se le asignaba de manera prejuiciosa a alguna doña Rosa, que con el correr de los años no pudo ocultarse de los varones prendidos en la pantalla chica, y que más de una vez instaló el terrible dilema de mirar o no el partido de fútbol. Tanta influencia han tenido las llamadas “tiras” que hasta estas batallas épicas se han registrado en los hogares argentinos. Pero, ¿qué ocurre cuando el galán de la novela no resulta ser un taxista como Rolando Rivas, o el peón de una estancia que se enamora de la millonaria dueña de la finca, sino ni más ni menos que el propio, bíblico y sacralizado Moisés?


Recuerdo, y nunca está de más recurrir a la nostalgia, cuando de la mano de mi padre concurría más de una vez en temporada al viejo cine Metro, pegadito a la avenida 9 de Julio (hoy convertido en auditorio de tango), a ver Los 10 mandamientos, en la cual Charlton Heston, con una rauda cabellera y una frondosa barba, representaba al viejo y sabio profeta, y Yul Brynner, el primer calvo de Hollywood, al severo Faraón. Y no puedo olvidar cómo, de manera colorida, las plagas del libro de Éxodo se irían multiplicando en Cinemascope, el Mar Rojo se abriría de par en par y finalmente Moisés subiría con unas lastimosas sandalias al Monte Sinaí para hablar con el propio Dios y descender, portando las Tablas de la Ley en cada brazo.


Y de repente hoy, terminada la cena, la familia en pleno aprieta el botón rojo del control remoto y aparece el protagonista que cautiva los lares argentinos desde una escenificación en la que se representa a ese antiguo Egipto y a un río Nilo que sigue recorriendo el Medio Oriente así como transcurre en el Libro Sagrado. A tal punto que en más de un establecimiento escolar los docentes recomiendan a sus alumnos mirar la novela.


Ahora, dejando de lado todo este encuadre: ¿es lo que dice la Biblia aquello que registra la novela o la adaptación sólo busca hacer entretenidas las situaciones? ¿Les importa a los productores relatar literalmente la Biblia o invitan al televidente a crear su propia película? Comencemos con la historia: Moisés es una de las figuras más importantes para el judaísmo, el cristianismo y el Islam. Las tres tradiciones religiosas reconocen su lugar profético, su calidad legislativa y su liderazgo espiritual.

¿En qué época vivió Moisés? 
Nace aproximadamente en el 1500 antes de la Era Común, en lo que se llamó la Tierra de Goshen, una de las regiones del antiguo Egipto, lugar en donde los hebreos se hallaban esclavizados, tal como lo registra la novela. Habría sido engendrado en un hogar sometido y perseguido. Su nombre (Moshe en hebreo), según lo que cuenta el libro de Éxodo, significa “de las aguas lo rescaté”, y toda su vida se entrama entre el transparente líquido y la salvación, ya que más de una vez tendrá que cruzar aguas y será redentor de esclavos.

¿Son los padres los que aparecen en la tira? 
Sí. Amram y Yojebed son sus padres (Éxodo 6:20). Quien busque en la Biblia va a encontrar que la traducción registra que Amram se casó con Yojebed, “su tía”. Es una traducción un tanto ambigua, ya que la palabra “tía” en el antiguo hebreo también significa “su amada” y no necesariamente denota lazos sanguíneos. Ellos tuvieron, además de Moisés, a Aharon y a Miriam. Es Miriam quien prácticamente se ocupa de monitorear que Moisés sea cobijado en el palacio real. Aharon se convertirá a su lado en el primer sacerdote y en padre de la casta sacerdotal.

¿Fue colocado en una canasta y arrojado en el río Nilo, o es un invento del libretista de la novela? 

No es una creación del apuntador. Según lo que relatan la Biblia y el Midrash (interpretación rabínica de la Biblia), su madre preparó puntillosamente una canasta que fue depositada por su hermana a la vera de los juncos del arquetípico río. La hija del Faraón llega al Nilo a bañarse hasta que de pronto vislumbra una canasta flotando al lado de la hierba alta. Es entonces cuando le dice a una sirvienta que le alcance el cesto. Cuando la princesa descubre la canasta y ve al bebé llorando, se acongoja y tiene misericordia de él. Mucho más tarde, e impactado con el relato, el prestigioso pintor italiano Paolo Veronese (s. XVI) dejó registrada en un lienzo esta escena. El cuadro se encuentra en el Museo del Prado de Madrid.

¿Es recibido Moisés en el palacio del Faraón como un hijo más? 
Efectivamente. Aunque el texto bíblico no brinda detalles, Moisés crece como un verdadero príncipe, formado en una educación aristocrática y munido de las prerrogativas que su estatus le otorga. Se cría junto a Ramses y la hermosa Nefertari. Ahora, las pugnas amorosas no tienen origen bíblico sino en la imaginación del director de la serie. Pero posiblemente se haya inspirado y documentado en el libro Moisés Príncipe de Egipto, del afamado Howard Fast (1914-2013), cuya escritura marcó a una generación. Fast recrea en su novela algunos detalles que aparecen en la televisión: la lucha entre los hijos del Faraón, el viaje a las tierras de Kush, donde el héroe bíblico entra en contacto directo con la violencia que emplean los poderosos, que incluye a su mismísima familia, y de cómo va creciendo hasta forjar en Moisés una conciencia crítica tanto del poder en el ámbito político como en el religioso.

Por último: ¿era Moisés un hombre con porte de galán, o es un invento de nuestros vecinos brasileños? 
Acorde con todos los relatos que las tradiciones orales fueron aportando y aquello que los artistas plásticos y escultores añadieron hasta nuestros días, Moisés era un hombre que llamaba la atención. Aunque el checo Francistek Bilek lo haya esculpido como un ser trágico y caído, y Sigmund Freud le dé un tinte acomplejado, Miguel Angel lo perfila como un varón apuesto, Rembrandt lo dibuja como alto y fuerte, capaz de levantar las Tablas de la Ley, y Gustav Doré, como un ser luminoso. La escueta descripción física de Moisés lo caracteriza como “jvad pe”, tartamudo, cosa que la novela no registra.

Pero sin duda nadie cuestiona su grandeza moral, su potencia espiritual y su figura comprometedora que dejará sellada en la humanidad los mayores principios que ejercen la ética hasta nuestros días. De allí que cuando su nombre viene a nuestra mente, su imagen recorre cada detalle: la de un niño dejado en un río, la de un joven rodeado de alcances, la de un adulto defensor de otro ser humano ante el ataque del capataz a riesgo de muerte, la de un ser que conversó con una voz sagrada ante la imagen de una zarza ardiente –símbolo de lo divino–, la de un líder que le hizo frente al Faraón exigiéndole que liberara a su pueblo, la de un gran pastor que guió a la grey a la que le fue entregada los 10 mandamientos, y a la que acompañó en la travesía desértica, sin poder ingresar a la Tierra Prometida, durante los largos cuarenta años.

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