La bomba atómica y los juegos olímpicos
Leonardo Boff
En
el momento exacto en que se inauguren en Río de Janeiro los Juegos Olímpicos a
las 20:00 horas del día 6 de agosto de 2016, a los 71 años de ese mismo día 6
de agosto de 1945 y a la misma hora, que corresponde a las 8:15 de la mañana,
se recordará en Hiroshima (Japón) la fecha nefasta del lanzamiento de la bomba atómica
sobre la ciudad. Causó 242.437 víctimas entre las que murieron en aquel momento
y las que fallecieron posteriormente como consecuencia de la radiación nuclear.
El
emperador Hirohito reconoció en el texto de la rendición del día 14 de agosto,
que se «trataba de un arma que llevaría a la total extinción de la civilización
humana». Días después, al presentar en una declaración al pueblo las razones de
la rendición, la principal era que la bomba atómica «provocaría la muerte de
todo el pueblo japonés». En su sabiduría ancestral tenía razón.
La
humanidad se estremeció. De repente se dio cuenta de que, según el cosmólogo
Carl Sagan, habíamos creado para nosotros mismos el principio de
autodestrucción. No dijo otra cosa Jean-Paul Sartre: «los seres humanos se
apropiarán de los instrumentos de su propia exterminación». El gran historiador
inglés, Arnold Toynbee, el último en escribir 12 tomos sobre la historia de las
civilizaciones, aterrado, dejó escrito en sus memorias (Experiencias
1969): «Viví para ver el fin de la historia humana volverse una posibilidad
intra-histórica, capaz de ser traducida en hecho, no por un acto de Dios sino
del hombre». El gran naturalista francés Théodore Monod dijo enfáticamente:
«somos capaces de una conducta insensata y demente; a partir de ahora se puede
temer todo, realmente todo, inclusive la aniquilación de la raza humana» (¿Y
si la aventura huma fallase? , 2000).
En
efecto, de poco sirvió el horror, pues siguieron desarrollándose armas
nucleares más potentes todavía, capaces de erradicar toda la vida del planeta y
de poner fin a la especie humana.
Actualmente
hay 9 países con armas nucleares que, conjuntamente, suman más o menos 17.000.
Y sabemos que la seguridad total no existe. Los desastres de Tree Islands en
USA, de Chernobyl en Ucrania y de Fukushima en Japón nos dan una prueba
convincente.
Hace
unos días, un presidente norteamericano, Obama, visitó por primera vez
Hiroshima. Solo lamentó el hecho y dijo: «la muerte cayó del cielo y el mundo
cambió... comenzó nuestro despertar moral». Pero no tuvo el valor de pedir
perdón al pueblo japonés por las escenas apocalípticas que ocurrieron allí.
Existe
una vasta discusión mundial sobre cómo evaluar tal gesto bélico. Muchos
pragmáticamente afirman que fue la forma que se encontró para obligar a Japón a
rendirse y evitar miles de víctimas en ambos lados. Otros consideran el uso de
esta arma letal, en la versión oficial japonesa, como «un acto ilegal de
hostilidad de acuerdo a las reglas del derecho internacional». Otros van más
lejos y afirman que se trata de un «crimen de guerra» y hasta de «un terrorismo
de Estado».
Hoy
nos inclinamos a decir que fue un acto criminal anti-vida, en modo alguno
justificable, pues pensando en términos ecológicos, la bomba mató mucho más que
personas, todas las formas de vida vegetal, animal y orgánica, además de la
destrucción total de los bienes culturales. Las guerras generalmente se hacen
de ejércitos contra ejércitos, de aviones contra aviones, de navíos contra
navíos. Aquí no. Se trató de una totaler Krieg (guerra total) en el
estilo nazi de matar todo lo que se mueve, envenenar aguas, contaminar los
aires y diezmar las bases físico-químicas que sustentan la vida. Por tener
conciencia de esta barbaridad Albert Einstein se negó a participar en el
proyecto de la bomba atómica y la condenó, vehementemente, junto con Bertrand
Russel.
Al
lado de otras amenazas letales que pesan sobre el sistema-vida y el
sistema-Tierra, esta nuclear continúa siendo una de las que más aterra,
verdadera espada de Damocles colocada sobre la cabeza de la humanidad. ¿Quien
podrá contener la irracionalidad de Corea del Norte de desencadenar un ataque
nuclear avasallador?
Hay
una propuesta profundamente humanitaria que nos llega de São Paulo, de la
Asociación de los Supervivientes de Hiroshima y Nagasaki (llamados hibakusha,
se presume que hay unos 118 en Brasil), animada por el militante contra la
energía nuclear Chico Whitaker: que el día 6 de agosto, en el momento de la
apertura de los Juegos Olímpicos, se haga un minuto de silencio pensando en las
víctimas de Hiroshima. Pero no solo eso, sino que volvamos también nuestras
mentes contra la violencia en contra de las mujeres, los refugiados, los negros
y pobres que son sistemáticamente diezmados (solamente en Brasil en 2015 60 mil
jóvenes negros), los indígenas, los quilombolas y los sin-tierra y sin-techo,
en fin, todas las víctimas de la voracidad de nuestro sistema de acumulación.
En
este sentido el alcalde de Hiroshima ya dirigió una carta al Comité Organizador
de los Juegos Olímpicos. Esperamos que él se sensibilice y promueva ese grito
silencioso contra las guerras de todo tipo y por la paz entre todos los
pueblos.
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