LAS MARAVILLAS DE LA
GENEROSIDAD
A veces el mensaje de Jesús puede alcanzar límites
fantásticos, cuando nos decidimos a damos un paso al frente.
Nos lo cuenta Joan Chittister en uno de sus libros.
Ocurrió en una conferencia en Asia para analizar los problemas de las
mujeres de todo el mundo, en especial las de los países en desarrollo, donde la
mayoría de participantes eran pobres y mujeres. Cuando se intercambiaron los
correos electrónicos entre los participantes para mantener el contacto, una de
ellas llamada Rose, una keniata pastora de una iglesia presbiteriana africana,
justificó dejar en blanco su dirección de e-mail diciendo que no tenía correo
electrónico porque era muy caro para su comunidad. Y cuando podía utilizarlo,
la conexión era demasiado lenta para resultar eficaz y fiable. Cuando terminó
la conferencia y todos se despedían, otra conferenciante le dijo a Joan
Chittister justo antes de compartir el taxi juntas: “No puedo irme sin ver
antes a Rose. Le prometí que le daría una cosa”.
“¿Qué le diste a Rose?”, le preguntó Chittester durante el trayecto en taxi
a su compañera. “Mi tarjeta de crédito”, me respondió. “¿Tu tarjeta de
crédito?” -dijo la religiosa asombrada-: ¿y por qué demonios se la has dado?”,
le volvió a preguntar. “Para que pueda pagar las mensualidades de su correo
electrónico”, le respondió tranquilamente.
La alegría de compartir en estado puro toma aquí la más alta expresión de
madurez humana. Esta actitud de salir al paso de la necesidad ajena con
audacia, es la esencia de la Eucaristía. Y de la oración de petición misma, en
su mejor versión de pedir luz y fuerza para avanzar en el camino de la
solidaridad.
En Occidente somos más de los Mandamientos que de las
Bienaventuranzas, estamos centrados en “no hacer el mal” más que en “hacer el
bien”.
Nos olvidamos de la audacia del samaritano en su camino a Jericó, y de
la flagrante transgresión de Jesús en varios sábados, cuando cura por amor a
quienes sufren.
Ponemos puertas intelectuales y espirituales a la audacia del amor. Nos
falta fe en las maravillas de la generosidad.
Gabriel Mª Otalora
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