lunes, 25 de enero de 2016

Virginia Azcuy

La teóloga argentina dice que el "diaconado de las mujeres es de justicia"

Virginia Azcuy: 

"El Obispo de Roma abre caminos, 

pero no todos los demás obispos 

hacen lo mismo"

"La participación de la mujer en la Iglesia todavía es subordinada, desigual"


 La presencia de mujeres en la formación de futuros sacerdotes debe ser todavía más profundizada
La teóloga Virginia Azcuy/>

La teóloga Virginia Azcuy

  • La teóloga Virginia Azcuy
Luis M. Modino 
Consagrada en la Arquidiócesis de Buenos Aires, Virginia Azcuy asume su trabajo teológico como un ministerio de la Iglesia. Su reflexión quiere ayudar a establecer un diálogo a partir de aquello que la Biblia y la Tradición nos dicen, destacando la importancia que las mujeres tienen en la vida de la Iglesia y de la sociedad.

¿Es difícil ser feminista y teóloga católica?
Es exigente, porque algunos consideran que son dos visiones contrapuestas. Sin embargo, en la postura de muchas teólogas feministas lo que buscamos es un diálogo, que es algo no sólo prioritario, sino también urgente y necesario en nuestro tiempo. La crítica del feminismo busca una mayor justicia y dignidad de vida para las mujeres y también para todos.
En ese sentido, esta búsqueda de mayor dignidad, de respeto a la vida humana es una búsqueda que puede enraizarse en el Evangelio, en la Buena Noticia de Jesús que nos prometió una vida plena y en abundancia. Por eso la teología feminista, o el feminismo teológico, se entienden como una búsqueda de enraizamiento en el Evangelio de esta Buena Noticia no para todos en general, sino también para las mujeres en particular.

No sólo en la Biblia, sino en los Documentos del Vaticano II...
Hablo de la Biblia en primer término, como fuente del cristianismo, pero sin duda que en la Tradición de la Iglesia encontramos, también en el Magisterio, sobre todo a partir del siglo XX, posiciones que van en esta dirección. En este sentido, una recuperación de los fundamentos para este diálogo entre feminismo y cristianismo a partir del Concilio Vaticano II es muy importante, ya que algunos separan, desde mi punto de vista inadecuadamente, la visión de la Iglesia y la visión del feminismo o la dignidad de la mujer como si fueran cosas diferentes, cuando en realidad no se oponen.
Lo que aquí se observa, en este intento de divisoria de aguas, dignidad de las mujeres sí, feminismo no, es una tentativa de domesticación del tema de la dignidad de la mujer y su promoción, en el sentido de que se intenta asumir en el discurso una promoción, pero en los aspectos críticos de una transformación más profunda de la Iglesia y de la visión cultural y antropológica no se da un paso con decisión. Y en este sentido, a pesar de la apertura del Concilio Vaticano II, hace falta una recepción y una profundización mucho mayor en términos de Iglesia, de teología y de transformación cultural.

Es un hecho que en la Iglesia católica la mayoría son mujeres y que están en un segundo plano, ¿cuáles serían los motivos de esta situación?
Esto es semejante a la presencia de los pobres en la historia, que es mayoritaria. Sin embargo, están en un lugar de subordinación. También en la Iglesia la presencia de mujeres es mayoritaria, pero el acceso a la participación en la toma de decisiones, en la reflexión teológica, en la estructura de la Iglesia es muy limitado. En ese sentido, aunque hay excepciones, por supuesto, se puede hablar de una participación todavía subordinada, desigual, que no alcanza a valorar, a dejar espacio, a lo propio, específico y diferente de las mujeres en las distintas instancias y formas de integración y de incorporación.
Por lo tanto tenemos que de hecho por el bautismo sí está dada esa dignidad, pero en las formas reales y concretas de participación, vemos que no se alcanza a un nivel de mayor cooperación, reciprocidad, integración. Eso, desde mi punto de vista implica que el reconocimiento real de las experiencias y voces de las mujeres y de los ministerios bautismales de las mujeres no están en el punto en el que debieran estar. Y eso hace que, aunque haya una presencia mayoritaria, sigue siendo una presencia en minoría de edad, lo que hace que muchas mujeres que no están dispuestas a esperar toda la vida, buscan otros espacios para vivir el cristianismo fuera de los marcos institucionales de la Iglesia. Y esto es realmente grave, porque las mujeres terminan siendo extranjeras en su propia casa.
Pero es una cosa que el Papa Francisco está reclamando de la propia Iglesia. Aunque no sabemos si eso llega a ser asumido por obispos, sacerdotes... ¿hasta qué punto la postura del Papa está siendo suficiente? ¿Debería ser más incisiva esa palabra diferente del Papa?

Es un buen comienzo el hecho de que él reclame una presencia más incisiva de las mujeres en la Iglesia, sobre todo en los espacios de toma de decisiones. Si sólo eso se pusiera en práctica estaríamos ante una revolución de magnitudes imprevisibles. Lo que ocurre es que, como en otros términos de reforma que él está planteando, aunque sean sólo un comienzo de todo lo que hay que hacer, no hay una traducción en las bases.
Como ejemplo sirve el hecho de que en el Concilio Vaticano II hubo presencia de mujeres auditoras, lo que fue un hecho inédito, inaudito. ¿Qué pasaría si en todas las conferencias episcopales hubiera presencia de mujeres teólogas auditoras? No se animan las conferencias a dialogar con las teólogas. Los obispos tienen peritos asesores teólogos, pero no teólogas, con algunas excepciones.
Las teólogas hacemos un camino muy solitario dentro de la Iglesia, y realmente creo que la gracia de nuestra vocación podría contribuir efectivamente; también sucede algo semejante con otros ministerios de las mujeres en la Iglesia, que tienen que disputar el espacio y a veces difícilmente encuentran apertura para sus aportes.
De manera que creo que sí, efectivamente es una buena noticia que el obispo de Roma abra los caminos, pero los obispos de todo el mundo deberían hacerlo, de cada país. Cada Conferencia debería dar esos pasos, esas señales, y creo que todavía no hay una percepción, una conciencia de esa urgencia, de esa necesidad. Eso está hablando de que esa mayoría de mujeres en la Iglesia en lugares de servicio, no está proporcionado con los espacios suficientes para una voz propia, para un aporte específico, para una crítica que debe ser bienvenida en términos de diferencia.

¿Qué es lo que falta para hacer realidad una eclesiología de mayor corresponsabilidad y participación?
Hay que reconocer que vamos dando pasos, pero toda esta eclesiología de Pueblo de Dios, de igual dignidad de los hijos e hijas de Dios debe traducirse en estructuras y posibilidades de espacio para nuevas voces, en nuevos lugares y reconocimientos para ministerios de laicas y laicos, nuevos lugares para lo profético de la vida consagrada no sólo masculina sino femenina, muy comprometida siempre con proyectos en lugares difíciles y críticos de nuestra cultura y sociedad y eso también debe tener un espacio dentro de la institución eclesial, no solamente en los márgenes.

¿Por qué ese miedo, ese recelo, a dar protagonismo a las mujeres en la Iglesia?
Eso es lo que yo me pregunto. Creo que en parte son miedos, tal vez inconscientes o conscientes, a la diferencia, a la alteridad, a aceptar críticas, a la exigencia o los desafíos de cambio que se van a presentar. Pero todos esos miedos paralizan, y el camino del Espíritu es precisamente el inverso: ¡no tengan miedo! El Espíritu del Señor es el que mueve a la transformación, a la apertura, a la alteridad, al diálogo. Un camino de transformación en fidelidad al Espíritu y al tiempo, desde nuestra tradición y raíces, no puede quedar paralizado en el miedo, pues el miedo clausura y el Espíritu abre a la novedad. Ese es un reto, en fidelidad no sólo al Evangelio, sino también a la historia.
Pedro Casaldáliga dice que quien tiene fe y vive desde la fe, no puede tener miedo.
En ese sentido hay un reto fuerte de conversión. El miedo es humano, pero frena la dinámica del Espíritu.

En el último Sínodo, el arzobispo canadiense Paul-André Durocher propuso la ordenación de diaconisas, que es algo que, con otro nombre, ya existe en muchas comunidades eclesiales de base, donde hay muchas animadoras de comunidad, ministras de la Palabra, ministras de la Eucaristía... que realmente se convierten en protagonistas de la comunidad, conduciéndola en el día a día. ¿Por qué eso no es reconocido, por qué eso siempre queda en los bastidores?
Es un tema de justicia el diaconado de las mujeres. Se tiende a una separación, que es artificial, entre carismas y ministerios. Los ministerios corresponden a los presbíteros y se identifican con los ministerios ordenados y el laicado y la vida consagrada son parte de la dimensión carismática de la Iglesia. Pero eso es una división artificial.
Es importante que a nivel de estructura de la Iglesia sean reconocidos y tengan un lugar de visibilidad los ministerios laicales y los carismas de la vida consagrada, de la profecía, de la diversidad laical, que los carismas de los varones, de las mujeres puedan tener su lugar. Ese no reconocimiento también significa un bloqueo o cerrazón a una mayor pluralidad y diversidad dentro del Pueblo de Dios y de la estructura institucional de la Iglesia.
Es muy importante que se dé ese paso, no sólo que de hecho se hagan los servicios y ministerios, sino que haya un reconocimiento institucional de los mismos, porque eso significa que no sólo se hagan, sino que por voluntad y decisión de la institución sean reconocidos, no queden confinados al margen o a la invisibilidad, o la mera gratuidad, que es una cosa que está bien, pero que coloca estos ministerios en un nivel inferior, si falta el paso del reconocimiento.

Que sea una opción eclesial y no sólo respuesta a una necesidad.
Exacto. Que no sea sólo lo gratuito, que sea un don de la Iglesia, reconocido y apoyado por la Iglesia. Un ministerio y un envío suponen una bendición, un don de gracia que es aceptado, apreciado, valorado y promovido. Todo eso nos está faltando.

Pero de hecho esta es una cosa que existe en algunas diócesis, donde los obispos envían ministras de la Palabra, de la Eucaristía, mediante un rito de envío, que es un reconocimiento eclesial.
Eso es importante, pero no está generalizado. Eso debe ser tomado en cuenta con más profundidad. Aquí aparece nuevamente el miedo, al decir que al dar ministerios a los laicos, se les clericaliza, lo que no es verdad, pues ministerio significa servicio, función y hay que reconocer esa diversidad. Si no tendemos a una Iglesia que sigue siendo muy jerárquica y que no es capaz de abrirse a esa diversidad y pluralidad.
Es muy difícil predicar la igualdad de los bautizados si no llegamos a un reconocimiento de esa diversidad ministerial. Y esto lo digo desde mi ministerio como teóloga. Yo no tengo ninguna pretensión al ministerio ordenado a nivel personal, ni pretendo ser ordenada diaconisa. No es mi persona la que está en juego en este tema. Simplemente veo que hay diversidad de ministerios laicales y de las mujeres que no tienen un reconocimiento, y que de hecho están siendo ejercidos dentro de la Iglesia.

Dentro de la Iglesia, ¿las mujeres confían en las mujeres?
Ese es un elemento muy importante. Hay grandes solidaridades y trabajo en red de cooperación entre las mujeres y también hay diferencias, porque no todas tenemos el mismo punto de vista en lo que hace referencia a la incorporación, al modo de trabajar. Creo que en términos generales, la capacidad que tenemos las mujeres del trabajo en relación, cooperativo, en reciprocidad, es destacado en el modo de hacer teología, de llevar adelante el trabajo en red o de diversas organizaciones, de promoción de otras mujeres. Aquí quiero destacar el trabajo que hace muchos años viene haciendo la vida consagrada femenina con su dedicación a la educación o a distintas formas de acompañamiento, de acogida, de promoción de la dignidad de las mujeres.

En ese sentido se van dando pasos, como va a ser el Congreso de Teólogas que va a tener lugar en Argentina el próximo mes de marzo. ¿Qué es lo que buscan con este Congreso?
Es el II Congreso de Teólogas latinoamericanas y alemanas, fruto de una cooperación entre dos colectivos de teólogas: en Argentina, "Teologanda" y, en Alemania, el Foro de Teólogas Católicas "Agenda". Dentro de esta colaboración, nuestro objetivo es incluir también a teólogas latinoamericanas que ya están trabajando o que se están iniciando y quieren fortalecerse en su formación, en su inserción laboral, académica.
Es un Congreso que tiene este acento, aunque está abierto a teólogos varones, en las teólogas mujeres, y que quiere remarcar el aspecto de visibilidad y necesidad de una mejor promoción en nuestro contexto y además dar una señal en el ámbito académico, por lo que se va a realizar en el ámbito de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, ya que muchas mujeres tienen su formación académica que desarrollan en ámbitos de educación, de pastoral, de catequesis y también nos parece muy importante que mujeres teólogas con preparación puedan desempeñarse en el ámbito de la academia y de la formación de futuros sacerdotes y de diversos agentes pastorales del Pueblo de Dios.
La temática que vamos a tomar es la de "Espacios de Paz, signos de estos tiempos y relatos de mujeres", y queremos con esa temática contribuir también a un aspecto urgente de nuestra época, muy necesario y poco trabajado a nivel teológico, para hacer una contribución específica en diálogo entre distintas culturas y experiencias, también con colegas varones: la construcción de la paz en un mundo amenazado por la guerra.

La participación de teólogas en la formación de futuros sacerdotes, ¿no debería ser algo más fomentado para enseñar a los sacerdotes a ser más maternales y mejor presencia de ese Dios que es Madre?
Es lo que hablábamos al principio, sobre la dificultad de asumir la temática de las mujeres, su dignidad, el feminismo, tiene que ver con que hay todavía poca presencia de teólogas en los ámbitos de formación que puedan transmitir y comunicar esta visión, esta necesidad, esta perspectiva. Por lo tanto, la presencia de mujeres en la formación de futuros sacerdotes debe ser todavía más profundizada, pues no siempre encuentra la suficiente acogida. Hay en algunos casos resistencia desde una perspectiva diferente. Es una contribución necesaria, prácticamente fundamental para una visión y una pastoral más inclusiva dentro de la Iglesia. Sí, lo materno lo pueden aportar sobre todo las mujeres.

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