jueves, 28 de enero de 2016

José Antonio Pagola

¿NO NECESITAMOS PROFETAS?

«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros». 
Así gritaban en las aldeas de Galilea, sorprendidos por las palabras y los gestos de Jesús. Sin embargo, no es esto lo que sucede en Nazaret cuando Jesús se presenta ante sus vecinos ungido como Profeta de los pobres.

Jesús observa primero su admiración y luego su rechazo. No se sorprende. Les recuerda un conocido refrán: «Les aseguro que ningún Profeta es bien acogido en su tierra». Luego, cuando lo expulsan fuera del pueblo e intentan acabar con Él, Jesús los abandona. El narrador dice que «se abrió paso entre ellos y se fue alejando». Nazaret se quedó sin el Profeta Jesús.

Jesús es y actúa como Profeta. 
No es un sacerdote del templo ni un maestro de la ley. Su vida se enmarca en la tradición profética de Israel. A diferencia de los reyes y sacerdotes, el Profeta no es nombrado ni ungido por nadie. Su autoridad proviene de Dios, empeñado en alentar y guiar con su Espíritu a su pueblo querido cuando los dirigentes políticos y religiosos no saben hacerlo. No es casual que los cristianos confiesen a Dios encarnado en un Profeta.

Los rasgos del Profeta son inconfundibles. En medio de una sociedad injusta donde los poderosos buscan su bienestar silenciando el sufrimiento de los que lloran, el Profeta se atreve a leer y a vivir la realidad desde la compasión de Dios por los últimos. Su vida entera se convierte en «presencia alternativa» que critica las injusticias y llama a la conversión y el cambio.

Por otra parte, cuando la misma religión se acomoda a un orden de cosas injusto y sus intereses ya no responden a los de Dios, el Profeta sacude la indiferencia y el autoengaño, critica la ilusión de eternidad y absoluto que amenaza a toda religión y recuerda a todos que sólo Dios salva. Su presencia introduce una esperanza nueva pues invita a pensar el futuro desde la libertad y el amor de Dios.

Una Iglesia que ignora la dimensión profética de Jesús y de sus seguidores, corre el riesgo de quedarse sin Profetas.
Nos preocupa mucho la escasez de sacerdotes y pedimos vocaciones para el servicio presbiteral. ¿Por qué no pedimos que Dios suscite Profetas? ¿No los necesitamos? ¿No sentimos necesidad de suscitar el espíritu profético en nuestras comunidades?

Una Iglesia sin Profetas, ¿no corre el riesgo de caminar sorda a las llamadas de Dios a la conversión y el cambio?

Un cristianismo sin espíritu profético, ¿no tiene el peligro de quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de Dios?


SEÑOR JESÚS, RECONOCEMOS EN TI AL PROFETA ENVIADO POR EL PADRE. ERES EL PROFETA DE LOS POBRES. 
ERES “BUENA NOTICIA” PARA LOS DESPLAZADOS Y LOS MARGINADOS. 
TÚ MISMO HAS SIDO UN INCOMPRENDIDO EN MEDIO DE LOS TUYOS. 
SIN EMBARGO, HAS DADO TU VIDA PARA QUE NO SE PIERDA NINGUNO DE LOS QUE EL PADRE TE HA CONFIADO. 
SEÑOR, LA HUMANIDAD ENTERA NECESITA PROFETAS A TU IMAGEN. 
TAMBIÉN NUESTRAS IGLESIAS. CONVIERTE NUESTRO CORAZÓN CREYENTE. 
DANOS MIRADA LÚCIDA Y LIBRE SOBRE LAS REALIDADES QUE NOS SUPERAN. 
DANOS UN CORAZÓN SOLIDARIO PARA ACOGER A LOS DESPLAZADOS. DANOS PASIÓN POR ANUNCIAR TU PALABRA. 
CONVIERTE NUESTRAS COMUNIDADES EN LUGARES DE ACOGIDA Y DE ESPERANZA. 
AMEN!

José Antonio Pagola 
- Tiempo ordinario - 
4 C (Lucas 4,21-30) 
31 de Enero 2016

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