¿Cómo tratas a Hestia:
tu hogar y la Tierra como Casa Común?
Leonardo Boff
Existe actualmente toda una
forma nueva de interpretar los antiguos mitos griegos y de otros pueblos. En
vez de considerar a los dioses y diosas como entidades existentes, ahora crece
la hermenéutica, especialmente tras los estudios del psicoanalista C.G. Jung y
sus discípulos J. Hillman, E. Neumann, G. Paris y otros, de que se trata de
arquetipos, es decir, de fuerzas psíquicas ancestrales que habitan en nosotros
y mueven nuestras vidas. Irrumpen de forma tan vigorosa que los conceptos
abstractos no consiguen expresarlas más que mediante relatos mitológicos. En
este sentido el politeísmo no significa la pluralidad de divinidades, sino de
energías que vibran en nuestra psique.
Uno
de esos mitos que tienen un significado profundo y actual es el de la diosa
Hestia. Según el mito, es hija de Cronos (el dios del tiempo y de la edad de
oro) y de Rea, la gran madre, generadora de todos los seres. Hestia representa
nuestro centro personal, el centro del hogar y el centro de la Tierra, nuestra
Casa común. Es virgen, no por despreciar la compañía del hombre, sino para
poder cuidar con más libertad a todos los que se encuentran en el hogar. Así y
todo suele ir acompañada de Hermes, el dios de la comunicación (de donde viene
hermenéutica) y de los viajes. No son marido y mujer; son autónomos, aunque
vinculados siempre recíprocamente.
Ellos
representan dos facetas de cada persona humana, que es portadora
simultáneamente del ánimus (principio masculino, Hermes) y del ánima
(principio femenino, Hestia).
Hestia
significa en griego el hogar con el fuego encendido: el lugar alrededor del
cual todos se agrupan para calentarse y convivir. Por lo tanto, es el corazón
de la casa, el lugar de la intimidad familiar, lejos del barullo de la calle.
Hestia protege, da seguridad y refugio. Además, a ella le corresponde también
el orden de la casa y tiene la llave de la despensa para que esté siempre bien
abastecida para familiares y huéspedes.
En
las ciudades griegas y romanas había siempre un fuego encendido, para expresar
la presencia protectora de Hestia (la Vesta de los romanos). Si se apagaba el
fuego, era presagio de alguna desgracia. Tampoco se empezaba la comida sin
hacer un brindis a Hestia: “para Hestia” o “para Vesta”.
Hestia
concretamente significaba también ese rincón donde uno se recoge para estar
solo, leer su periódico o un libro y hacer su meditación. Cada persona tiene su
“rinconcito” o su butaca preferida. Para saber donde se encuentra nuestra
Hestia debemos preguntarnos cuando estamos fuera de casa: ¿cuál es la imagen
que nos recuerda mejor nuestro rincón, donde Hestia se oculta? Ahí está el
centro existencial de la casa. Sin Hestia la casa se transforma en un
dormitorio o en una especie de pensión gratuita, sin vida. Con Hestia hay
afecto, bienestar y el sentimiento de estar “finalmente en casa”. Ella era
considerada como una araña, por tejer telas que unen a todos, trasmitiendo las
informaciones.
Hestia
era venerada por todos y la primera en ser reverenciada en el Olimpo. Júpiter
defendió siempre su virginidad contra el asedio sexual de algunos dioses más
atrevidos.
Nuestra
cultura patriarcal y la masculinización de las relaciones sociales debilitaron
mucho a Hestia. Las mujeres han hecho bien saliendo de casa y desarrollando su
dimensión de animus (capacidad de organizar y dirigir), pero han tenido
que sacrificar, en parte, su dimensión de Hestia. En ellas se muestra la
dimensión de Hermes, que se comunica y se articula. Han llevado al mundo del
trabajo las principales virtudes de lo femenino: el espíritu de cooperación y
el cuidado, que hacen las relaciones menos rígidas, pero llega el momento de
volver a casa y recuperar a Hestia.
¡Ay
de la casa descuidada y desordenada! Ahí surge el deseo de que Hestia se haga
presente para garantizar una atmósfera buena, íntima y familiar. Esta no es
solo tarea de la mujer sino también del hombre. Por eso en todo hombre y en
toda mujer deben equilibrarse el momento de Hermes, estar fuera de casa para
trabajar, con el momento de Hestia, de volver al centro donde tiene su refugio
y su bienestar.
Hoy,
por más feministas que sean las mujeres, están recuperando cada vez más este
fino entramado vital. Hestia no significaba solamente el hogar de la casa o de
la ciudad. También designaba el centro de la Tierra donde está el fuego
primordial. Hoy ya no es una creencia sino un dato científico. En el centro hay
hierro incandescente. Lógicamente, cuando se estableció el heliocentrismo y se
invalidó el geocentrismo, hubo un derrumbe emocional de la figura de Hestia, la
Casa Común. Pero lentamente se ha ido reconquistando. Si bien la Tierra ya no
es el centro físico del universo, sigue siendo el centro psicológico y
emocional. Aquí vivimos, nos alegramos, sufrimos y morimos. Incluso viajando a
los espacios exteriores, los astronautas siempre mostraban tener nostalgia de
la Madre Tierra, donde está todo lo que es significativo y sagrado.
Hoy
tenemos que rescatar a Hestia, protectora de la Casa Común, mantener su fuego
vivo y darle sostenibilidad. No le estamos dando el trato de honor que merece,
por eso ella nos envía quejas con el calentamiento global y las calamidades
naturales. No debemos rebajar a Hestia a mero repositorio de recursos sino
tratarla como la Casa Común que debe ser bien cuidada para que siga siendo
nuestro hogar acogedor y bienhechor.
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