AL BORDE DEL ABISMO
(31
DE ENERO)
Paco Bautista
“Cualquier persona, al borde de cualquier
abismo, necesita que le tiendan la mano”.
Así comenzó su homilía el
sacerdote que acababa de proclamar el evangelio. El pasaje mostraba a Jesús en
Nazaret, entre sus paisanos, que se escandalizan ante sus palabras e intentan
precipitarlo por un barranco. No les había gustado, ni un poquito, su comentario
sobre el libro de Isaías. Jesús les negaba lo que ellos esperaban, que hiciese
milagros, signos portentosos para acreditar su autoridad de Mesías; a cambio
les dejaba claro que la salvación que Dios trae no es exclusiva ni sectaria,
sino que está abierta también a los paganos, a los extranjeros, y les pone los
ejemplos de los profetas Elías y Eliseo, que obran sus milagros fuera de
Israel, en Sarepta y en Sidón, devolviendo la vida a hijo de la viuda y la
salud al leproso Naamán. Aquello les molestó tanto que intentaron matarlo,
aunque Jesús se abrió paso entre sus
paisanos encolerizados y se marchó de Nazaret para proseguir su tarea de anunciar
las bondades de Dios a todas las gentes.
Al salir
de la iglesia un señor de cincuenta años, padre de familia, con esposa y tres
hijos, se acercó al sacerdote. Le dijo:
-
Padre,
estoy desesperado. Llevo cuatro años sin trabajo. El mes pasado me embargaron
la casa. Vivo provisionalmente con mis padres, con mi mujer y dos de mis hijos,
los más pequeños. Anoche me asomé al balcón del cuarto piso del bloque en el
que estoy. Estuve tentado de arrojarme
al vacío. Gracias a Dios no lo hice. Necesito, más que nunca, que alguien me
tienda la mano.
El
párroco se estremeció ante aquellas palabras. No dijo nada. Le tendió la mano. Lo
abrazó. Sólo entonces pronunció un escueto:
-
¡Acompáñame!
Llegaron
al domicilio del responsable de la caritas parroquial, convocaron una reunión
extraordinaria y encontraron una solución para aquel hombre. Luego se creó una
comisión para hacer frente a futuros desahucios. El señor de cincuenta años, el
que había estado al borde del abismo, el que supo tomar la mano que se le
tendía, se ofreció voluntario para presidirla.
Meses más
tarde, se obró el extraordinario milagro, que entre la gente sencilla, entre
los que apenas llegaban a fin de mes, eran cada vez más numerosas las manos que
se tendían para que nadie tuviese que llegar al borde de ningún precipicio.
Desde
Vélez de Benaudalla, un abrazo grande. Paco Bautista, sma.
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