miércoles, 17 de septiembre de 2014

Tras las “guerras preventivas”, 

el Sínodo sobre la familia tiene la palabra

 
 
El Sínodo extraordinario del 5 al 19 de octubre
EL SÍNODO EXTRAORDINARIO DEL 5 AL 19 DE OCTUBRE

Panfletos, libros, entrevistas se han concentrado solamente sobre la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar. Pero son muchas más las cuestiones abiertas sobre las que dialogarán los padres sinodales

ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO


La lista completa de los miembros del próximo Sínodo extraordinario sobre la familia, publicada la semana pasada, provocó reacciones muy diferentes: hay algunos que indicaron puntillosamente que faltaba este o aquel religioso, conocido por su batalla pública a favor de la familia; otros, sobre todo en Estados Unidos, no dejaron de expresar su desconsuelo ante la consistente representación de invitados papales que se oponen a cualquier apertura en relación con la apertura para con los divorciados que se han vuelto a casar.


En realidad, lo que se puede suponer es que con la decisión de incluir entre los participantes a cardenales y obispos con diferentes sensibilidades y posturas no solo se respeta la variedad presente en el colegio episcopal, sno que, además, se pretende indicar que la sede para la discusión es el precisamente el Sínodo y no las “guerras preventivas” que se combaten a nivel mediático.


Como se sabe, por voluntad del Papa, quien propuso a los cardenales una reflexión durante el Consistorio de febrero de este año fue el cardenal Walter Kasper. El último capítulo de la relación del purpurado alemán planteaba algunas preguntas sobre la posibilidad de revisar la disciplina sobre las nulidades matrimoniales (vía indicada en varias ocasiones también por Benedicto XVI) y sobre la posibilidad de conceder (después de un recorrido penitencial y en determinadas condiciones, evaluadas individualmente por los pastores) la admisión a la Eucaristía de personas divorciadas que hubieran contraído un nuevo contrato matrimonial civil.


Kasper no pretendía poner en duda la indisolubilidad del matrimonio sacramental, que para la Iglesia es el primero contraído, ni había propuesto formas públicas para reconocer las segundas nupcias, como desde hace tiempo sucede en la práxis de las Iglesias ortodoxas. Uno puede estar de acuerdo o no con las vías que sugirió el cardenal alemán: no hay duda de que los directos involucrados serían un número reducido, compuesto por personas que ya viven una experiencia de fe convencida, mismas que, tal vez, volvieron a descubrir la fe después del fracaso del primer matrimonio y que tienen una experiencia dolorosa en su pasado, y a las que provoca sufrimiento el verse perpetuamente exluidas de participar en la Eucaristía.


Como se sabe, en diferentes casos particulares, a pesar de la prohibición, en el diálogo con los confesores a veces los divorciados que se han vuelto a casar son admitidos a la Eucaristía. E incluso algunos pastores, conocidos como defensores de la doctrina tradicional con respecto a este argumento, se han mostrado dispuestos a conceder excepciones frente a las experiencias de las personas que conocen.


Sin embargo, lo que todos repiten (a poco tiempo de la apertura del Sínodo extraordinario de octubre, tras el cual comenzará un año de trabajo para la preparación de un segundo Sínodo en 2015) es que no hay que concentrarse sobre el tema de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, como si fuera esta la única cuestión que deben discutir y revisar los padres sinodales. Perfecto. Pero también nos podríamos preguntar si no habrán sido justamente las reiteradas declaraciones públicas de algunos cardenales que trataban de declarar inadmisible la discusión misma (mediante panfletos, libros, entrevistas, artículos…) las que desencadenaron esta situación.


Esta ha sido la partida que se ha jugado durante los últimos siete meses y en la que se han visto involucrados cardenales ilustres, algunos de los cuales (por los puestos que ocupan en la Curia) habrían podido mantener una actitud pública menos visible (aunque se pronunciaran a nivel personal), justamente para no dar la idea de que son ellos, en lugar del Papa y de la misma asamblea sinodal, quienes determinan lo que se puede discutir y en cuáles términos


En algunos sectores eclesiales han surgido críticas, sobre todo “subterráneas”, frente al método innovador que Francisco planteó para esta asamblea. Un Sínodo que no se llevará a cabo solamente partiendo de análisis sociológicos, sino con una fotografía real de la situación, de los problemas concretos, de las expectativas, de la expeiencia de las familias que participan en la vida de la Iglesia. Teniendo en cuenta que el Evangelio debe ser propuesto a los hombres y a las mujeres de carne y hueso, tal como son, y no como quisiéramos que fueran o como deberían ser según el Código de derecho canónico o según las reflexiones de ciertos círculos teológicos autoreferenciales.


Hay muchos otros problemas, hay muchas otras preguntas y cuestiones pendientes. En las últimas décadas, la realidad de las familias ha cambiado notablemente, como saben muy bien los que viven sumergidos en la cotidianeidad de las sociedades contemporáneas. Lo que es cierto es que se trata de una reducción cuando se concentra la atención en uno de los problemas, así como invocar soluciones prefabricadas antes de que comience la discusión y dando por ciertos ciertos cambios o, por el contrario, negando su admisibilidad (o proponiendo pronósticos sobre las probabilidades de que se verifiquen ciertos cambios, como parecían hacer algunos “obispos-adivinos”). El fin último de cualquier debate, de cualquier reforma, de cualquier decisión debería ser únicamente esa «salvación de las almas» a la que se refería el cardenal Bergoglio en su breve discurso frente a los cardenales reunidos antes del Cónclave. Tras las “guerras preventivas”, ha llegado el momento de escuchar y de caminar juntos, que son, precisamente, características del Sínodo.

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