Antoine de Saint-Exupéry,
la vida del espíritu y la ética de
la Tierra
Leonardo Boff
Si es verdad que los
trastornos climáticos son antropogénicos, es decir, que tienen su génesis
en los comportamientos irresponsables de los seres humanos (menos de los
pobres, y mucho más de las grandes corporaciones industriales), entonces es
claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de
nuestras relaciones con la naturaleza y con la Casa Común no eran y no son
adecuadas y buenas. Dice el Papa Francisco en su inspiradora encíclica Laudato
Sii: sobre el cuidado de la Casa Común (2015): «Nunca maltratamos y herimos
nuestra Casa Común como en los dos últimos siglos... Esas situaciones provocan
los gemidos de la hermana Tierra, que se unen a los gemidos de los abandonados
del mundo, con un clamor que reclama de nosotros otro rumbo» (n. 53).
Ese
otro rumbo implica, urgentemente, una ética regeneradora de la Tierra. Esta
ética debe estar fundamentada en algunos principios universales, comprensibles
y practicables por todos. Es el cuidado esencial, que es una relación amorosa
con la naturaleza; es el respeto por cada ser porque tiene un valor en sí
mismo; es la responsabilidad compartida por todos acerca del futuro común de la
Tierra y de la humanidad; es la solidaridad universal por la cual nos ayudamos
mutuamente; y, por último, es la compasión por la cual hacemos nuestros los
dolores de los otros y de la propia naturaleza.
Esta
ética de la Tierra debe devolverle la vitalidad vulnerada a fin de que pueda
continuar regalándonos todo lo que nos ha regalado siempre durante todos los
tiempos de nuestra existencia sobre este planeta.
Pero
no es suficiente una ética de la Tierra. Necesitamos acompañarla de una
espiritualidad. Ésta hunde sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí
nos viene la pasión por el cuidado y un compromiso serio de amor, de
responsabilidad y de compasión por la Casa Común.
El
conocido y siempre apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo
escrito en 1943, Carta al General “X” , afirma con gran énfasis:
“No hay
sino un problema, solamente uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que
es aún más alta que la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer
al ser humano” (Macondo Libri 2015, p. 31).
Otro
texto, escrito en 1936, cuando era corresponsal de Paris Soir durante la
guerra civil española, lleva como título «Es preciso dar un sentido a la vida».
En él retoma el tema de la vida del espíritu. Para eso, afirma,
“necesitamos
entendernos recíprocamente; el ser humano solamente se realiza junto con otros
seres humanos, en el amor y en la amistad; sin embargo, los seres humanos no se
unen aproximándose los unos a los otros, sino fundiéndose en la misma
divinidad. Tenemos sed, en un mundo convertido en desierto, sed de encontrar
compañeros con los cuales compartir el pan” (Macondo Libri 2015, p. 20). Y
termina la Carta al General “X” : “Tenemos tanta necesidad de un
Dios...” (op. cit. 36).
Efectivamente,
sólo la vida del espíritu satisface plenamente al ser humano. Ella es un bello
sinónimo para espiritualidad, a veces identificada o confundida con
religiosidad. La vida del espíritu es más, es un dato originario de nuestra
dimensión profunda, un dato antropológico como la inteligencia y la voluntad,
algo que pertenece a nuestra esencia.
Sabemos
cuidar de la vida del cuerpo, hoy un verdadero culto celebrado en tantas
academias de gimnasia. Los psicoanalistas de varias tendencias nos ayudan a
cuidar de la vida de la psique, de cómo equilibrar nuestras pulsiones, los
ángeles y demonios que nos habitan, para llevarla con un relativo equilibrio.
Pero
en nuestra cultura prácticamente olvidamos cultivar la vida del espíritu, que
es nuestra dimensión más radical, donde se albergan las grandes preguntas,
anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida
del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la
compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu
divagamos por ahí, desenraizados y sin un sentido que nos oriente y que haga la
vida apetecible.
Una
ética de la Tierra no se sustenta sola por mucho tiempo sin ese supplément
d’âme que es la vida del espíritu, que nos convoca a lo alto y a acciones
salvadoras y regeneradoras de la Madre Tierra. Ética y vida del espíritu son
dos hermanas gemelas inseparables.
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