Papa Francisco:
celoso cuidador de la Casa
Común
Leonardo Boff
Tiempo atrás
escribimos que el Papa Francisco por causa del patrono que le inspiró el nombre
– Francisco de Asís – tendría todo a su favor para ser el gran promotor de una
propuesta ecológica mundial. Debía ser él, pues lamentablemente nos faltan
líderes con autoridad y con palabras y gestos convincentes que despierten a la
humanidad, especialmente a las élites dirigentes, ante las amenazas que afectan
el destino común de la Tierra y de la Humanidad y a la responsabilidad
colectiva y diferenciada de salvaguardarlo para todos.
Y este deseo se
realizó plenamente con la publicación de la encíclica «Laudato si’: cuidar de
la Casa Común». Nos ofrece un texto de gran amplitud – la ecología integral -
de rara belleza intelectual y espiritual, uniendo lo que era tan caro a san
Francisco de Asís y también a Francisco de Roma: el comportamiento de cuidado
con la hermana y madre Tierra y un amor preferencial a los condenados de la
Tierra.
Esta conexión
atraviesa todo el texto como un hilo conductor. No hay verdadera ecología, de
ninguna expresión, sea ambiental, social, mental o integral, si no rescata a la
humanidad humillada de los millones de empobrecidos de nuestra historia,
aquellos en los cuales la Tierra como madre es más agredida y ofendida. El Papa
Francisco aparece como celoso cuidador de la Casa Común. Se muestra
extremadamente coherente con la marca registrada de la Iglesia de la liberación
latinoamericana con su correspondiente teología que es la opción preferencial por
los pobres, contra la pobreza y a favor de la justicia social y de su
liberación. Lo opuesto a la pobreza no es la riqueza, es la injusticia de
proporciones estructurales y mundiales. La forma más adecuada para enfrentar
esta anti-realidad es la ecología integral que articula “tanto el grito de la
Tierra como el grito del pobre” (nº 49).
La ecología es
más que un mero administrar los bienes y servicios escasos de la naturaleza.
Representa un nuevo estilo de vivir, un arte nuevo de habitar diferentemente la
Casa Común de tal forma que todos puedan caber en ella. No solamente los
humanos, lo que configuraría el antropocentrismo duramente criticado por la
encíclica (115-121), sino todos los seres vivos e inertes, especialmente la
gran comunidad de vida que sufre dura erosión de la biodiversidad por causa del
predominio de la tecnocracia. Este es otro nombre para identificar al principal
causante de la crisis ecológica globalizada: la furia productivista y
consumista, digamos nosotros con una palabra que el Papa no usa, del
capitalismo salvaje que busca acumular de forma ilimitada a costa de la
devastación de la naturaleza, del empobrecimiento de las personas y del riesgo
de una mega catástrofe ecológicosocial. Este sistema impone a todos un
comportamiento, como enfatiza el Papa, que “parece “suicida” (55).
Esta
vinculación entre el Gran Pobre (la Tierra) y los pobres, como lo vieron muy
pronto los teólogos de la liberación, se justifica porque vivimos tiempos de
extrema urgencia: la huella ecológica de la Tierra ha sido ya sobrepasada en
más del 30%. La Tierra necesita de un año y medio para reponer lo que nosotros
con nuestro consumo le sustraemos durante un año.
Este dato nos
plantea la cuestión de nuestra supervivencia colectiva. Tenemos que cambiar si
queremos evitar el abismo. Por eso la pregunta central que la encíclica plantea
es: ¿cómo debemos relacionarnos con la naturaleza y con la Madre Tierra? La
respuesta es con el cuidado, la fraternidad universal, el respeto a cada ser
pues posee valor intrínseco y con la aceptación de la interrelación de todos
con todos.
En este
particular, Francisco de Roma fue a buscar inspiración en un ejemplo vivo y no
teórico, en Francisco de Asís. Explícitamente dice: ”creo que Francisco es el
ejemplo por excelencia del cuidado por todo lo que es débil y de una ecología
integral vivida con alegría y autenticidad” (10).
Todos los
biógrafos de su tiempo (Celano, San Buenaventura, citados por la encíclica) dan
testimonio de “el tiernísimo afecto que nutría hacia todas las criaturas”; “les
daba el dulce nombre de hermanos y hermanas de quienes adivinaba los secretos,
como quien goza ya de la libertad y de la gloria de los hijos de Dios”.
Liberaba pajaritos de las jaulas, cuidaba de cada animalito herido y llegaba a
pedir a los jardineros que dejasen un rinconcito libre sin cultivar para que
allí pudiesen crecer las malas hierbas, pues todas “ellas también anuncian al
hermosísimo Padre de todos los seres”.
El Papa
advierte que esto no es “romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en
las opciones que determinan nuestro comportamiento” (11). Si no usamos el
lenguaje del encantamiento, de la fraternidad y de la belleza en relación con
el mundo, ”nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero
explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos”
(11).
Aquí se
transparenta otro modo-de-estar en el mundo, diferente del de la modernidad
tecnocrática. En esta, el ser humano está sobre las cosas como quien las posee
y domina. El modo-de-estar de Francisco es situarse junto con ellas para
convivir como hermanos y hermanas en casa. Él intuyó místicamente lo que hoy
sabemos por la ciencia: que todos somos portadores del mismo código genético de
base; por eso nos une un lazo de consanguinidad, haciéndonos parientes, primos
y hermanos y hermanas a unos de otros; de aquí la importancia de respetarnos y
de amarnos mutuamente y jamás usar violencia entre nosotros y contra los demás
seres, nuestros hermanos y hermanas. Este modo de ser podrá abrirnos un camino
de superación de la crisis ecológica global.
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