7 claves como prólogo para comprender la próxima encíclica "Laudato Sii"
“El cambio climático se ha convertido en un crisis existencial para la especie humana” alerta la periodista y divulgadora Naomi Klein en su reciente libro “Esto lo cambia todo”. No se trata de alarmismo apocalíptico, sino de un hecho reconocido por el consenso científico, más allá de algunas voces discordantes, frecuentemente ligadas a las empresas energéticas que pugnan por conservar su “status”.
La encíclica del papa Francisco supone una aportación en un momento crucial para la humanidad. La experiencia cristiana de Dios viene a iluminar esta hora donde la civilización esta retada a emprender un giro que afecta a su forma de vida y al modelo de la relación del ser humano y el mundo. Trastocada esta relación básica, la relación con el otro, la dimensión social queda radicalmente cuestionada, no solo y primariamente en las formas de producción y consumo, sino también en las vertientes políticas, sociales y comunitarias tanto nivel local como en la dimensión planetaria.
La urgencia de este llamamiento ético exige al ser humano cuestionarse también desde su fe. ¿En qué medida el Dios creador nos ofrece su palabra y su presencia para acompañar este “kairós”? ¿Cómo podemos recobrar nuestra memoria de criaturas para así relanzar nuestra confianza en el futuro de la promesa de Dios?
1. La crisis de la Tierra supone un emplazamiento del Creador a los seres humanos
Parece que el movimiento ecologista, que ha tenido tan variadas fuentes de inspiración, reclama ahora, con especial prioridad, la dimensión espiritual. Cuando la humanidad entra en una fase de no retorno en su relación con el planeta, esta pregunta se traslada especialmente a los dos tercios de la población de la Tierra que se reconocen vinculada a la experiencia religiosa, y que muy mayoritariamente confiesa a Dios, creador del universo.
Ciertamente que desde el Dios bíblico, entre el Creador y las criaturas hay una especial relación que se concentra en la experiencia de amor y libertad del ser humano. La actual situación crítica donde el factor humano puede afectar a las condiciones de vida de todas las criaturas supone un llamamiento de Dios a la responsabilidad de la humanidad.
En el relato bíblico, al que acuden las tres religiones abrahánicas, Dios ofrece a los seres vivos la tierra como morada. La exégesis discute hoy el sentido de “Dominad la tierra” (Gn 1,28) cuando alguna vez se ha interpretado a favor del expolio realizado por los seres humanos. Lejos de esta interesada interpretación, el ser humano es reconocido como imagen y representante de Dios en la creación, tanto en el trabajo como en el disfrute, tanto a la hora de procurarse las condiciones para vivir como cunado se responsabiliza con el cuidado para conservación de todas las criaturas. La tierra es el espacio o casa para la vida donde el Dios creador y trascendente está dispuesto a morar.
Los seres humanos desde el don recibido de ser criaturas y participar de la creación somos responsables y colaboradores de la creación continua de Dios. La imagen del “préstamo” nos recuerda el servicio de administradores, de ecónomos se podría decir, que tenemos que rendir cuentas ante Dios.
2. La alabanza confiada traspasa el miedo al colapso
El dilema entre destruir o conservar ha llegado de la mesa de nuestras cocinas y de nuestros encuentros a las mesas adornadas de flores de las fracasadas cumbres del clima. Sin embargo, y de forma un poco sorprendente, la fe en el Creador antes de reclamar la exigencia ética es una invitación a alabar. El creyente es invitado, en primer lugar, a vivir en el asombro agradecido por la creación. No es extraña la llamada al canto de Francisco como la primera disposición para venir a la fuente de la que mana la responsabilidad ética exigida para este momento.
El agradecimiento supone un cambio de mirada, desde el consumo a la contemplación, desde el ídolo a la imagen. Aprender a mirar permite descubrir en lo oculto la latencia del Espíritu vivificador que contra los desastres ambientales y las masacres a la vida de la que somos responsables muestra un Dios que sigue preguntando: “¿Dónde estabas tú cuando eché los cimientos de la tierra? (Job 38,4) a la vez que promete “el cielo y tierra nuevas” que será “la morada de Dios entre los hombres” (Ap.21, 1-5). La fuente no está en la exigencia imprescindible sino en el don inmerecido y testarudo de Dios que sostiene la bondad de la creación
3. Los pobres primeras víctimas del deterioro ambiental
La misma creación que “sufre” la explotación es la “nueva pobre” que gime en dolores de parto. La destrucción de la naturaleza supone una relación de saqueo véanse el agotamiento de los recursos naturales, los riesgos destructivos del fraking (fracturación hidráulica para obtener gas natural) o la extensión desbordante a toda la población mundial del consumo desmedido.
En esta situación las víctimas primeras de la crisis ecológica y del cambio climático serán nuevamente los pobres, por ejemplo las poblaciones indígenas que viven de los recursos naturales. El afrontamiento del cambio climático supone conjuntamente abordar el abismo de desigualdad que pone en riesgo el derecho a la vida degradando el empleo, la vivienda, la salud o la seguridad. La ecología ha de ir de la mano de la justicia ya que ambas han de ser protagonistas en la restauración de la vida.
4. Las generaciones futuras, herencia de muerte o esperanza de vida
Las generaciones futuras tiene el derecho de heredar un planeta habitable y una forma de vida compatible con el cuidado de la creación. Es responsabilidad humana la apuesta por la vida que es anterior al nacimiento y que se extiende a los que vendrán después. La defensa de la vida de los no nacidos se extiende a los que están por venir, ellos son de la esperanza humana.
El consumo energético, las industrias del armamento, el crecimiento de los residuos o la gestión del agua son verdaderas amenazas. Una cultura de muerte reclama la vigencia del que “no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12,27). Solo la trasformación hacia una cultura de vida, que asume la dignidad y trascendencia de la creación, abre la brecha hacia el futuro que viene del Dios que ha cumplido su promesa.
5. El pecado humano en la tierra herida
El saqueo de la creación es pecado. Es un mal que es infligido a todas las criaturas. Que actúa como un pecado estructural con responsabilidad personal que genera medios malignos que olvidando las personas ofendiendo a Dios. Ciertamente que tiene su origen mucho más atrás en formas de ambición que se van trasformando y que cada vez concentran más el poder.
La cadena de responsabilidades tiene diferentes grados quedando encubierta por la banalidad, donde las responsabilidades personales se diluyen en la trama. En esta ruptura con la creación, Dios invita y reclama la conversión en los distintos niveles de culpabilidad abarcando la responsabilidad de los que tiene los medios de producción, de los que realizan la administración política, de los funcionarios o de los consumidores. La cuestión climática pasa, desde el punto de vista cristiano, por una conversión general de múltiples implicaciones.
6. Poner límites al mal del calentamiento global
Ya la inspiración bíblica pone límites a las elecciones de los seres humanos. El Creador es el que pone límites entre la luz y las tinieblas, entre el caos y el orden. También el ser humano tiene sus límites en la mortalidad y en la capacidad de trasgredir el plan de Dios. Cuando traspasa estos límites daña la armonía de la creación, así en relato de Gén 1 señala que en el ámbito natural hay cosas de las que no se puede disponer (prohibiciones) porque ponen en riesgo la vida creada por Dios.
La ciencia y la técnica asociadas el progreso abren las fronteras de lo posible, pero ¿dónde comienzan los límites del progreso? La ciencia del clima nos ha mostrado las consecuencias de superar unos límites en el calentamiento global. Aquí la ciencia, en sus certezas e incertezas, nos señala los límites nos hacen recordar el viejo mandato divino donde asumirlos es cuestión de vida o muerte.
7. Ética y política para la reconciliación con la creación
El ser humano que ha herido a la creación está llamado a restaurarla. Esto es posible en Cristo como dice Ireneo “Es él, en efecto, el que pone luz en la altura, el que prolonga la profundidad que se hunde muy radicalmente en la tierra, el que extiende la longitud del Este y el Oeste”. Esta acción reconciliadora abre permanentemente procesos de reconciliación que son oportunidades para volver a empezar.
Desde aquí la fe se pone al servicio de la ética que cuidando del ambiente restaura las relaciones humanas desde la llamada a la vida de una nueva creación que está viniendo. Ésto supone una opción política que dé forma jurídica a las exigencias mínimas ineludibles y que facilite las otras exigencias que permitan dar razón al progreso desde la sostenibilidad.
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