martes, 30 de junio de 2015

Preservar la perspectiva singular del Papa: 

la ecología integral

Leonardo Boff


            El Papa Francisco ha realizado un enorme cambio en el discurso ecológico al pasar de la ecología ambiental a la ecología integral. Esta incluye la ecología político-social, la mental, la cultural, la educacional, la ética y la espiritualidad. Existe el peligro de que esta visión integral sea asimilada dentro del discurso ambiental habitual, no dándose cuenta de que todas las cosas, saberes e instancias están interligadas. Es decir, el calentamiento global tiene que ver con la furia industrialista, la pobreza de buena parte de la humanidad está relacionada con el modo de producción, distribución y consumo, la violencia contra la Tierra y los ecosistemas deriva del paradigma de dominación que está en la base de nuestra civilización dominante desde hace ya cuatro siglos, que el antropocentrismo es consecuencia de la comprensión ilusoria de que somos dueños de la cosas y que ellas solo tienen sentido en la medida en que sirven para nuestro disfrute.


            Esa cosmología (conjunto de ideas, valores, proyectos, sueños e instituciones) lleva al Papa a decir: “nunca hemos ofendido y maltratado a nuestra casa común como en los dos últimos siglos” (nº 53).
            ¿Cómo superar esa ruta peligrosa? El Papa responde; “con un cambio de rumbo” y todavía más con la disposición de “delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo (163). Si no hacemos nada, podremos ir al encuentro de lo peor. Pero el Papa confía en la capacidad creativa de los seres humanos que juntos podrán formular el gran ideal: “un solo mundo en un proyecto común” (164).
            Bien distinta es la visión imperante e imperial presente en la mente de quienes controlan las finanzas y los rumbos de las políticas mundiales: “un solo mundo y un solo imperio”.
            Para enfrentar los múltiples aspectos críticos de nuestra situación el papa propone la ecología integral. Y le da el fundamento correcto: “Dado que todo está íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, propongo que nos detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales” (137).
            El presupuesto teórico se deriva de la nueva cosmología, de la física cuántica, de la nueva biología, en una palabra, del nuevo paradigma contemporáneo que implica la teoría de la complejidad y del caos (destructivo y generativo). En esa visión, lo repetía uno de los fundadores de la física cuántica, Werner Heisenberg; “todo tiene que ver con todo en todos los puntos y en todos los momentos; todo es relación y nada existe fuera de la relación”.
            Esta lectura la repite el Papa innumerables veces, formando el tonus firmus de sus exposiciones. Seguramente la más bella y poética de las formulaciones la encontramos en el nº 92: “Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre Tierra”.
            Esa visión existe desde hace ya casi un siglo, pero nunca consiguió imponerse en la política y en la orientación de los problemas sociales y humanos. Todos seguimos siendo rehenes del viejo paradigma que aísla los problemas y busca una solución específica para cada uno sin darse cuenta de que esa solución puede ser dañina para otro de los problemas. Por ejemplo, el problema de la infertilidad de los suelos se resuelve con nutrientes químicos que, a su vez, penetran en la tierra y alcanzan el nivel freático de las aguas de los acuíferos envenenándolos.
            La encíclica podrá servirnos de instrumento educativo para apropiarnos de esta visión inclusiva e integral. Por ejemplo, como afirma la encíclica: “Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella” (139).
            Y continúa dándonos ejemplos convincentes: “Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse con los demás y con el ambiente” [115].
            Si todo es relación, entonces la propia salud humana depende de la salud de la Tierra y de los ecosistemas. Todas las instancias se entrelazan para bien o para mal. Esa es la textura de la realidad, no opaca y rasa sino compleja y altamente relacionada con todo.
            Si pensásemos nuestros problemas nacionales en ese juego de inter-retro-relaciones no tendríamos tantas contradicciones entre los ministerios y las acciones gubernamentales. El papa nos sugiere caminos, que son certeros y nos pueden sacar de la ansiedad en la que nos encontramos frente a nuestro futuro común.
            Teilhard de Chardin tenía razón cuando en los años 30 del siglo pasado escribía: “la era de la naciones ya pasó. La tarea que tenemos por delante, si no perecemos, es construir la Tierra”, Cuidando la Tierra con tierno y fraterno afecto en el espíritu de san Francisco de Asís y de Francisco de Roma, podremos seguir “caminando y cantando”, como concluye la encíclica, llenos de esperanza. Todavía tenemos futuro y vamos a irradiar.


lunes, 29 de junio de 2015

¿Ha abierto Francisco una brecha en el divorcio?

Paso a paso, piedra a piedra, el Papa va haciendo su

 revolución en la Iglesia dando la primacía a la realidad 

de la vida y a sus dramas humanos

Los cristianos empiezan a acostumbrarse a las provocaciones del papa Francisco, que sigue lanzando piedras para remover las posiciones atávicas de retroceso de la Iglesia, que no se conjugan con las necesidades de un mundo que ha cambiado.
Francisco parece lanzar esas piedras en el lago de la inmovilidad religiosa con la mayor de las inocencias y acaba sorprendiendo por lo que entrañan de revolucionario. Empezó a hacerlo al abordar el tema de los homosexuales, tabú para la Iglesia, cuando dijo que quién era él para juzgarles si Dios no lo hacía.
Volvió a la carga al recordar a los obispos que en el mundo de hoy “existen formas diferentes de familia”, dando a entender que la Iglesia no puede dejar de lado el drama de millones de matrimonios que un día decidieron separarse y hasta formar un nuevo hogar, y que acabaron siendo execrados por la Iglesia que les negó los sacramentos.
Hasta en el tema más delicado del aborto, Francisco recordó que los sacerdotes deben saber interpretar con misericordia el dolor de algunas mujeres que deciden deshacerse de una maternidad víctimas de profundos dramas personales.
Francisco conoce el drama de millones de divorciados católicos que desearían poder seguir participando de los sacramentos sin ser proscritos ni condenados por la Iglesia. O que atenazados por una crisis matrimonial desearían deshacer su compromiso. Conoce también la hipocresía de ciertas sentencias del tribunal de la Sagrada Rota que posee el poder de anular matrimonios. Sabe muy bien Francisco que muchas personas importantes, ricas y famosas han conseguido de forma discutible la anulación del matrimonio por parte del tribunal eclesiástico. La Iglesia afirma que no se trata de una separación sino de demostrar que a aquel matrimonio, a veces de años, le faltó algún requisito a la hora de ser contraído y por tanto era inválido.
Los cristianos empiezan a acostumbrarse a las provocaciones del papa Francisco
Francisco sabe, sin embargo, que la casuística de la Iglesia a lo largo del tiempo se fue enriqueciendo de motivos que fueron facilitando la anulación, como la “falta de discreción de juicio” de uno de los cónyuges o la “dificultad de ser fiel en el matrimonio”. Las crónicas cuentan incluso con casos de separación de matrimonios por no haber sido consumados a pesar de haber tenido varios hijos.
Francisco sabe que la Iglesia nunca admitirá el divorcio civil, pues considera el matrimonio religioso indisoluble. No ignora al mismo tiempo que hoy casi la mitad de los matrimonios han sido ya rotos, por lo menos una vez, incluso entre los católicos.
¿Qué ha hecho el Papa? Lanzar una de sus provocaciones. Sin pronunciar la palabra “divorcio”, que horroriza a la Iglesia conservadora, ha hablado de “separación”. Y ha justificado un posible divorcio de dos cristianos con estas palabras: “Hay casos en que la separación es inevitable, a veces incluso moralmente necesaria, para sustraer a los hijos de la violencia y la explotación”.
Francisco se ha referido a las “heridas que se producen en la convivencia familiar”. Según él, que gusta subrayar la realidad de la vida y de las cosas sin petrificarlas con fórmulas dogmáticas, se trata de aquellos casos en los que la relación ”en vez de expresar amor, hiere los afectos más queridos, provocando profundas heridas entre el marido y la mujer”.
¿Quiénes acaban pagando el precio mayor de esas violencias familiares? Los hijos, dice Francisco. Por todo ello, según el Papa, a veces esa separación conyugal, llámese o no divorcio, puede resultar “inevitable y moralmente necesaria”.
Es ya objeto de estudio en la Iglesia y fuera de ella la forma escogida por el jesuita para abordar y revisar algunas verdades impuestas por la Iglesia a lo largo de los siglos. Francisco no ataca directamente verdades consideradas dogmas de fe o de moral. Lo hace de forma oblicua, mirando no a la ley escrita, sino a la realidad de cada caso concreto de la vida.
Francisco no ataca directamente verdades consideradas dogmas de fe o de moral
En eso se parece al profeta de Nazaret cuando, provocado por los fariseos que llevaron hasta él a una mujer sorprendida en adulterio, le recordaron que la ley judía mandaba lapidarla. Jesús no niega la ley ni dice que debe ser abolida. Se centra en aquel caso concreto, advierte la hipocresía de los acusadores, muchos de ellos probablemente más adúlteros que aquella mujer, y les provoca diciendo que el que “esté limpio de pecado” puede empezar a apedrearla. El Evangelio cuenta que “se fueron todos empezando por los más viejos”. Jesús le salvó la vida a la adúltera sin condenarla y sin atacar la ley.
Paso a paso, piedra a piedra, Francisco va creando su revolución en la Iglesia, dando la primacía al Evangelio de la misericordia y de la comprensión de la realidad humana, en vez de a las frías condenas y anatemas.
Todo ello, en el estilo del Evangelio que proclama la primacía del perdón sobre la severidad de la ley y que recuerda que Jesús, de quien la Iglesia no podrá nunca apartarse sin traicionar sus orígenes, vino “para los enfermos y no para los sanos”, para “los pecadores y no para los justos”.
Francisco ha dejado saber que ya no vivirá mucho.
Ojalá se equivoque. La Iglesia y el mundo necesitan con urgencia de las provocaciones y del ejemplo de vida pobre y despojada de este Papa compasivo en un mundo en el que los poderes -tanto el político como el religioso- se pudren enfermos de corrupción con sed de castigos y venganzas.
CHUMBI. 30 de junio de 2015.
Manifiesto para niñas





(Breve listado abierto de consejos 
para todas las nenas de más de cinco años de edad)

1. No sos una princesa y no lo serás nunca, salvo que tu mamá o tu papá sean reyes o conozcas un príncipe y te cases con él. Sos una nena común y corriente. Si vas a identificarte con algo, tanto da que sea con princesas como con amazonas, guerreras, artistas o jugadoras de fútbol.

2. Los príncipes azules no existen. Pertenecen a los cuentos de hadas que te cuentan para que asumas que tu rol en el mundo es el de aguardar al hombre ideal que te alivie de las cargas de ser una mujer responsable y autónoma, que te salve de las fatigas de la sociedad y te convierta en madre de niños que deberían completarte como ser humano.

3. Todos los juguetes del mundo son para vos. No es verdad que haya cosas de varones y cosas de nenas. Te van a regalar cocinitas, bebés de juguete y sets de belleza para que te habitúes a esas actividades cuando crezcas, incluso si estudiás una carrera y te apasionás por una profesión. Si querés tener más autitos que muñecas está todo bien. No dejes que nadie te diga lo contrario.

4. No hay límites para tus ganas de ser libre. Lo mejor que te puede pasar en la vida es elegir más allá de tu género, sin condiciones, y que tus elecciones varíen tanto como vos lo desees.

5. No aceptes que te digan “una nena no hace eso”. Los que te hablen así (incluso si son tus padres), quieren cortarte las alas y marcarte un camino que creen que deberías seguir. Defendé tus decisiones, crecé sabiendo que los que sostienen divisiones según el sexo tienen cerebros chiquitos y mentes de villanos.

6. Trepate a todos los árboles que puedas. Eso no es ser varonera, es estar viva y saber jugar. Recordá que para eso vas a necesitar ropa cómoda.

7. Incluso ahora, cuando la mujer recorrió gran parte de su largo camino hacia la liberación, vas a encontrar discriminación en los que te rodean. Recordá que lo hacen porque tienen miedo y son ignorantes. Si podés, explicales que están equivocados. Si no, seguí en la tuya: que tu vida sea la mejor prueba de que no saben lo que dicen porque no lo han pensado bien.

8. El mundo está lleno de colores bellísimos, el rosa es uno más. Que tu existencia sea un arcoíris, no un merengue o una novela de la tarde.

9. Buscate juegos que vayan más allá de cambiar pañales, dar mamaderas de mentira y usar ollas de plástico.

10. Los chicos tienen pito y vos vagina. No te falta nada, lo de la envidia del pene es un invento para que pienses que ellos son mejores.

11. Evitá las publicidades. Evitá las modas. Evitá todo lo que te quieran imponer desde la televisión, hasta que puedas discernir qué te sirve de todo eso.

12. Tu amiguita que tiene más muñecas que vos no es más feliz.

13. Nunca jamás dejes de preguntar por qué las cosas son como son. Nunca te conformes con la primera respuesta. Nunca te quedes con dudas si podés sacártelas. El conocimiento es luminoso y te abre puertas.

14. Huí de la violencia. No porque sea patrimonio de los hombres, sino porque es la herramienta de los imbéciles.

15. Nadie va a quererte más porque seas muy flaca ni porque tengas tetas grandes. Al menos nadie que valga la pena conocer.

16. Mirar dibujitos está bien, pero también leé. Leé mucho. Leé hasta que te duelan los ojos. Leé cuentos, novelas, historias de piratas, extraterrestres y ballenas blancas. Incluso si al principio no entendés lo que estás leyendo porque sos chiquita, algo de eso queda en tu cabeza y la abre.

17. No descartes leer Cenicienta, pero acordate que ella y todas las demás se cansaron de comer perdices, en la parte que viene después del “y vivieron felices para siempre”.

18. Lo mismo vale para la música, el mundo no se termina en Shakira y Selena Gómez. Si podés, aprendé a tocar algún instrumento, el que sea.

19. Casarte y ser mamá es uno de tus destinos posibles, no es obligatorio. Tu futuro no está escrito en piedra, es como la arcilla y vos podés moldearlo.

20. Nunca sos muy chiquita para entender, lo que pasa es que a veces los grandes no sabemos cómo explicarte.

21. No siempre hubo mujeres presidentas. Son el producto de siglos de lucha y esfuerzo. No olvides a las que te precedieron, les debés mucho de tu libertad.

22. Las chicas que aparecen desnudas en las tapas de las revistas y en la tele lo hacen porque creen que no tienen otra cosa que mostrar. Vos mostrá tu cerebro, que al contrario que el culo, se te va a poner más firme con los años.





El SILENCIO DE LOS CORDEROS

Profesora Claude Benoit



Un hombre, cuya familia pertenecía a la aristocracia alemana antes de  la Segunda Guerra Mundial, fue propietario de una serie de grandes  industrias y haciendas. Cuando se le preguntó ¿cuántos alemanes eran  realmente nazis? La respuesta que dio puede guiar nuestra actitud hacia el fanatismo: "Muy pocas personas eran nazis en verdad" dijo, "pero muchos  disfrutaban de la devolución del orgullo alemán, y muchos más estaban  demasiado ocupados para preocuparse. Yo era uno de los que sólo pensaba que los nazis eran un montón de tontos. Así, la mayoría  simplemente se sentó a dejar pasar que todo sucediera. Luego, antes de  que nos diéramos cuenta, los nazis eran dueños de nosotros, se había  perdido el control y el fin del mundo había llegado. Mi familia lo perdió todo. Terminé en un campo de concentración y los aliados  destruyeron mis fábricas..."

Se nos dice que la gran mayoría de los musulmanes sólo quieren vivir  en paz. El hecho es que los fanáticos dominan el Islam, tanto en este  momento como en la historia. Son los fanáticos los que marchan. Se  trata de los fanáticos los que producen guerras. Se trata de los fanáticos los que sistemáticamente masacran cristianos o grupos  tribales en África y se van adueñando gradualmente de todo el  continente en una ola islámica. Estos fanáticos son los que ponen  bombas, decapitan, asesinan. Son los fanáticos los que toman mezquita  tras mezquita y queman iglesia tras iglesia. Se trata de los fanáticos  los que celosamente difunden la lapidación y la horca de las víctimas  de violación y los homosexuales. Se trata de los fanáticos los que  enseñan a sus jóvenes a matar y a convertirse en terroristas suicidas.  El hecho cuantificable y duro es que la mayoría pacífica, la "mayoría  silenciosa" es intimidada e imperceptible. 

Antes de la Segunda Guerra Mundial, el individuo japonés medio no era un belicista sádico. Sin embargo, Japón asesinó y masacró, en su  camino hacia el sur de Asia Oriental, en una orgía de muerte que  incluyó el asesinato sistemático, de 12 millones de civiles chinos, la  mayoría muertos por espada, pala y bayoneta.

La Rusia comunista estaba compuesta de los rusos, que sólo querían  vivir en paz. Sin mbargo, los comunistas rusos fueron responsables  del asesinato de cerca de 50 millones de personas. La mayoría pacífica  era irrelevante.

La enorme población de China era también pacífica, pero los comunistas  chinos, en la Larga Marcha de Mao y las posteriores represalias,  lograron exterminar a la asombrosa cifra de 70 millones de personas.

Y, ¿quién puede olvidar Ruanda, que se derrumbó en una carnicería de  varios millones? ¿Podría no ser dicho que la mayoría de los  ruandeses eran amantes de la paz?

Las lecciones de la historia son con frecuencia increíblemente simples  y contundentes. Sin embargo, a pesar de todos nuestros poderes de la  razón, muchas veces perdemos el más básico y sencillo de los puntos: Los musulmanes amantes de la paz se han hecho irrelevantes por su  silencio. Los musulmanes amantes de la paz se convertirán en nuestro  enemigo si no se pronuncian, porque al igual que mi amigo de Alemania,  se despertarán un día y encontrarán que los fanáticos los poseen, y el  fin de su mundo habrá comenzado.  Los alemanes, amantes de la paz, japoneses, chinos, rusos, ruandeses,  serbios, afganos, iraquíes, palestinos, somalíes, nigerianos, argelinos, y muchos otros han muerto a causa de que la mayoría  pacífica no se pronunció hasta que fue demasiado tarde.  En cuanto a nosotros, que somos espectadores ante los eventos en  desarrollo, debemos prestar atención al único grupo que cuenta: los  fanáticos que amenazan nuestra forma de vida.

Esperemos que miles de personas, en todo el mundo, lean y piensen  sobre estos antecedentes y realidades, antes de que sea demasiado  tarde.


Jesús Nazareno

J.I. González Faus

Hace 70 años, desde una cárcel de Hitler, en momentos de desesperación tras el holocausto y años en guerra, uno de los grandes profetas de nuestro futuro, escribió que hay una razón para seguir amando a esta tierra sin desesperar: y es que ha producido a Jesús de Nazaret. Parecerá una afirmación exagerada, pero sorprende por venir de alguien tan sobrio y contenido como D. Bonhoeffer. ¿Quién era pues ese tal Jesús?

De los primeros testigos de su paso por la tierra quedan dos rápidas pinceladas: “no buscó su propio interés”; “pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos”. De quienes recogieron recuerdos de su vida y los sistematizaron en forma de biografías-invitaciones a la fe, podemos destacar algunos rasgos:

Procedía de un pueblo pequeño casi desconocido. No tuvo estudios especiales, trabajó durante años en cosas de albañilería. Un buen día comenzó a recorrer su tierra anunciando que es posible otro mundo si nos decidimos a mirar a Dios con una palabra que, a la vez, denota el máximo de familiaridad y cercanía, pero también la imposibilidad de disponer de Él: pues, llámesele padre o madre, lo es de todos, no sólo mío. Otro de sus biógrafos presenta como programa de su vida unas palabras del profeta Isaías: “el Espíritu de Dios está sobre mí… para anunciar una buena noticia a los pobres y liberación a los oprimidos”.

En consonancia con este programa, solía comer públicamente con “gentes de malvivir”, desafiando una costumbre de su época de públicos banquetes ostentosos de las clases altas. Se le conoce amistad y cercanía con algunas prostitutas, a las que liberó de su esclavitud, pero de las que decía que estaban más cerca de Dios que sus oyentes. Defendió a las mujeres, rechazando el derecho al repudio que se atribuían los hombres de su época, y abriendo a la mujer el estudio de la “Ley de Dios”, que su sociedad reservaba solo a los machos.

Fue también un terapeuta innegable, pero provocativo: parece que prefería curar en días “de precepto”, como si quisiera mostrar que los enfermos tienen derecho a no esperar más, porque su salud es más importante que la guarda de preceptos cúlticos. Una de las expresiones que más se dicen de él es que “se le conmovieron las entrañas”.

Junto a esa práctica de misericordia tenía a veces un lenguaje duro y provocativo: enseñaba a no llamar a nadie padre ni señor: porque los hombres (aunque tengamos funciones diversas) somos todos hijos de un mismo Padre y tenemos un único Señor que es Dios. Armó una escandalera en el “vaticano” de su época, alegando que el culto a Dios no debe ser ocasión de comercio. Su visión de los hombres cabe en un palabra que sólo se ha conservado en sus labios: hipócritas (aunque esa acusación la dirigió sobre todo a los poderes religiosos). Pese a ello, exhortaba a ser misericordiosos como el Dios que Él anunciaba.

Su regalo era siempre la paz; y tenía una extraña concepción de la felicidad, que prometía a quienes opten por los condenados de la tierra desde una actitud de misericordia que genera hambre de justicia. Porque veía al mundo dividido entre pobres, hambrientos, llorosos y perseguidos, por un lado y, por el otro, ricachones hartos, que ríen y persiguen, los cuales son “malditos”.

Por eso eran provocativas sus palabras cuando entraba en el campo económico: los propietarios del “proyecto de Dios” que él anunciaba son sencilla y únicamente los pobres (vivió en una sociedad agobiada por las deudas, que llevaban a muchos a perder su terruño y dedicarse a la esclavitud, la prostitución o el bandolerismo). Enseñaba que es imposible que un multimillonario se salve, a menos que se produzca un milagro que sólo Dios puede hacer: que se desprenda de su fortuna (salvo aquello que necesite para una vida sobria y digna), poniéndola al servicio de las víctimas. Porque, según él, “es imposible servir al hombre y al dinero”.

Sorprendente vida y palabras. Pero más sorprendente es la reacción que desató: los responsables de aquella sociedad se hartaron de acusarlo de populista y terrorista. La conflictividad explotó cuando él puso de relieve que hablaba y actuaba así porque así es como actúa Dios. Entonces se le tachó de blasfemo, y los poderes religiosos y políticos dieron un respiro porque ya tenían algo claro por lo que condenarlo. Aun así, buscaron para él la muerte más ignominiosa y la condena más “ejemplar”…

¿Es posible que haya existido un hombre así? preguntaba R. Attenborough en su película sobre Gandhi. Prescindiendo ahora del santo hindú (que se confesaba muy influido por Jesús), esa misma pregunta sigue vigente para nosotros hoy. Los cristianos confiesan que un hombre así fue posible porque era transparencia y calco del mismo Dios, revelado en la humanidad de aquel hombre. Dios “hecho hombre”, pero no simplemente hombre, sino Dios hecho esclavo.


Esa fe no se les exige hoy a todos. Pero lo que sí pueden (y deberían) todos hoy, es paladear la humanidad de aquel Nazareno. Y sacar consecuencias.

La onda verde

En la fila del supermercado, el cajero le dice a una señora mayor, con tono de autoridad en la materia: -Debe usted traer su propia bolsa de compras, señora, ya que las bolsas plásticas son nocivas para el medio ambiente-, y la conmina a sumarse a la "Onda Verde". La señora pide disculpas y explica: -Es que no había esta onda verde en mis tiempos.


El empleado y los demás miembros de la fila, la miran con cara de "¡Ya lo sabíamos!". El cajero le dice casi en tono de reproche: -Gracias a ustedes tenemos ese problema hoy, señora. Su generación no tuvo suficiente cuidado para preservar nuestro medio ambiente y hoy tenemos que reparar nosotros lo que ustedes omitieron.


La mujer se vuelve a mirarlos y responde: -Bueno, tiene razón... nunca se promovió esa onda verde en mis tiempos, porque hacíamos las cosas de manera distinta. Las botellas de leche, las de refresco y las de cerveza se devolvían a la tienda. La tienda las enviaba de nuevo a la planta. Allí las lavaban y esterilizaban antes de llenarlas de nuevo, de manera que se usaban las mismas botellas una y otra vez. Creo que hoy le llaman a eso "reciclar".


Y agrega: -No teníamos esta onda verde en mis tiempos. Subíamos las gradas, porque no había escaleras mecánicas en cada comercio y oficina. Caminábamos al almacén en lugar de subir a un auto de 300 caballos de fuerza para recorrer dos cuadras.


-Tiene razón, no teníamos la onda verde en esos tiempos. Lavábamos los pañales de los bebés porque no había desechables. Secábamos la ropa en tendederos, no en esas máquinas consumidoras de energía que se sacuden a 220 voltios. La energía solar y eólica secaban verdaderamente nuestra ropa. Los chicos usaban la ropa de sus hermanos mayores, no siempre modelitos nuevos. Preparábamos los alimentos de principio a fin y no metiendo empaques desechables con sopas instantáneas en hornos que consumen energía como demonios.


-Es cierto, no teníamos onda verde entonces. Teníamos sólo una televisión o radio en la casa, no un televisor en cada cuarto, y no se transmitían programas día y noche. En la cocina, molíamos y batíamos a mano, porque no había máquinas eléctricas que lo hicieran todo. Cuando empacábamos algo frágil para enviarlo por correo, usábamos periódicos viejos para protegerlo, no esa cosa que llaman unicel o bolitas plásticas infladas que tanto contaminan el ambiente.


-No, no teníamos onda verde. En mis tiempos no encendíamos un motor y quemábamos gasolina sólo para cortar el pasto. Usábamos una podadora que funcionaba a músculo. Hacíamos ejercicio trabajando, así que no necesitábamos ir a un gimnasio para correr sobre pistas mecánicas que funcionan con electricidad. Tomábamos agua de una fuente cuando teníamos sed, en lugar de usar vasitos desechables o botellas plásticas cada vez. Recargábamos con tinta las plumas en lugar de comprar una nueva, y cambiábamos las navajas de afeitar en vez de echar a la basura toda la afeitadora sólo porque la hoja ha perdido su filo.


-Tiene usted razón, no teníamos una onda verde por entonces. En aquellos tiempos, nosotros caminábamos a la escuela, algunos tomaban el tranvía o el camión, y otros iban en sus bicicletas. En ese entonces no se formaban filas interminables de autos estacionados en doble y hasta triple fila frente a las escuelas, ni se hacían esos embotellamientos que hoy ayudan tanto a contaminar el ambiente. Teníamos un enchufe en cada habitación, no una docena de artefactos que hoy mantienen a los niños pegados a las pantallas, y no necesitábamos un aparato electrónico para recibir señales de satélites para encontrar la pizzería más próxima.


El cajero y los demás de la fila se quedaron callados, mientras miraban a la mujer alejarse. Eran la generación de lo desechable, de lo automático, de lo cibernético; la generación que inundó el planeta de plástico, pañales, baterías, vasos, platos, empaques, autos, celulares y piezas electrónicas descartables. Tuvieron que lamentarse de ser la generación que está lamentándose por cuán insensatos habían sido los viejos por no haber tenido esta onda verde en sus tiempos.


Fuente: Fbook TERRA - La Onda Verde

domingo, 28 de junio de 2015

Ejercicios para sobrevivir

En las reflexiones de Jorge Semprún sobre la tortura, que acaban de publicarse en Francia, no hay autocompasión ni jactancia y, sí, en cambio, un pensamiento que traspasa lo superficial y llega al fondo de la condición humana



Cuando, a los veinte años, Jorge Semprún decidió unirse a uno de los grupos de la Resistencia francesa contra el nazismo, el jefe de Jean-Marie Action, la red de la que iba a formar parte, le advirtió: “Antes de aceptarte, debes saber a lo que te arriesgas”. Y le presentó a Tancredo,un sobreviviente de las torturas a que la Gestapo sometía a los combatientes del maquis que capturaba. Las atrocidades que aquél le describió, las padecería Semprún dos años más tarde, cuando, por la delación de un infiltrado, los nazis le tendieron una emboscada en la granja de Joigny que lo escondía.
La pesadilla se convirtió en realidad: la inmersión en las aguas heladas de una bañera llena de basuras y excrementos; la privación de sueño; las uñas arrancadas; el crujir de todos los huesos del esqueleto al ser colgado del techo de los talones amarrados a sus manos; las descargas eléctricas y las palizas salvajes en las que el desmayo resultaba una liberación.

En sus reflexiones sobre lo que significa la tortura no hay autocompasión ni jactancia y, sí, en cambio, un pensamiento que traspasa lo superficial y llega al fondo de la condición humana. En Buchenwald, su jefe en el maquis lo felicita por no haber delatado a nadie durante los suplicios —“Ni siquiera fue necesario cambiar los escondites y las contraseñas”, le dice— y el comentario de Semprún no puede ser más parco: “Me alegré de oír eso”. Luego explica que la resistencia a la tortura es “una voluntad inhumana, sobrehumana, de superar lo padecido, de la búsqueda de una trascendencia” que encuentra su razón en el descubrimiento de la fraternidad.Nunca antes de escribir este libro, que se ha publicado póstumamente en Francia (Exercices de survie),Jorge Semprún había hablado en primera persona de la tortura, el horror extremo a que puede ser sometido un ser humano a quien los verdugos no sólo quieren sacar información, sino humillar, volver indigno y traidor a sus hermanos de lucha. Pero, aunque nunca hablara de ella en nombre propio, aquella experiencia lo acompañó como una sombra y supuró en su memoria todos los años de su juventud y madurez, en la Resistencia, en el campo nazi de Buchenwald y en sus periódicas visitas clandestinas a España como enviado del Partido Comunista, para tender un puente entre los dirigentes en el exilio y los militantes del interior. En este libro inconcluso, apenas esbozado, y sin embargo lúcido y conmovedor, Semprún revela que la tortura —el recuerdo de las que padeció y la perspectiva de volver a soportarlas— fue la más íntima compañera que tuvo entre sus veinte y cuarenta años. La describe como el apogeo de la ignominia que puede ejercitar la bestia humana convertida en verdugo, y como la prueba decisiva para, superando el espanto y el dolor, alcanzar las mayores valencias de dignidad y de decencia.


Resistieron para que no fuera la fuerza bruta sino el espíritu racional lo que primara en este mundo
Un ser humano, sometido al dolor, puede ceder y hablar. Pero puede también resistir, aceptando que la única salida de aquel sufrimiento salvaje sea la muerte. Es el momento decisivo, en el que el guiñapo sangrante derrota al torturador y lo aniquila moralmente, aunque sea éste quien convierta a aquel en cadáver y vaya luego a tomarse una copa. En esa victoria silenciosa y atroz lo humano se impone a lo inhumano, la razón al instinto bestial, la civilización a la barbarie. Gracias a que hay seres así el mundo es todavía vivible.
Hace bien Régis Debray, prologuista de Exercices de survie, en comparar a Jorge Semprún con André Malraux, que padeció también las torturas de los nazis sin hablar (sus verdugos no sabían quién era la persona a la que torturaban) y, como aquél, fue capaz de convertir “la experiencia en conciencia”. Fue, asimismo, el caso, en España, de George Orwell, a quien casi matan los propios compañeros por los que se había ido a España a luchar, y de Arthur Koestler, esperando en su celda de Sevilla la orden de fusilamiento expedida por el general Queipo de Llano. Ellos, y millares de seres anónimos que, en circunstancias parecidas, actuaron con el mismo coraje, son los verdaderos héroes de la historia, con más pertinencia que los héroes épicos, ganadores o perdedores de grandes batallas, vistosas como las superproducciones cinematográficas. No suelen tener monumentos y, la gran mayoría, ni siquiera son recordados o incluso conocidos, porque actuaron en el más absoluto anonimato. No querían salvar una nación ni una ideología; sólo que no fuera la fuerza bruta sino el espíritu racional y el sentimiento lo que primara en este mundo sobre el prejuicio racista y la intolerancia criminal ante el adversario político, la civilización creada con enormes esfuerzos para sacar a los seres humanos del estado feral y organizar sus sociedades a partir de valores que permitan la coexistencia en la diversidad y hagan disminuir (ya que erradicarla del todo es imposible) la violencia en las relaciones humanas.
Jorge Semprún fue uno de estos héroes discretos gracias a los cuales el mundo en que vivimos no está peor de lo que está y queda siempre margen para la esperanza. Nacido en una familia acomodada, eligió desde muy joven, sacrificando su vocación por la filosofía, militar en el Partido Comunista y desaparecer en la clandestinidad bajo seudónimos, luchando contra el nazismo y el franquismo, padeciendo por ello el infierno de la tortura, del campo de concentración, muchos años de clandestinidad que lo hicieron vivir desafiando a diario largos años de cárcel o una muerte horrible. ¿Y todo ello para qué? Para descubrir, cuando entraba en la etapa final de su existencia, que el ideal comunista al que tanto había dado, estaba corrompido hasta los tuétanos y que, de triunfar, hubiera creado un mundo acaso todavía más discriminatorio e injusto que el que él quería destruir.

Aunque evoque el más espantoso de los temas, uno termina el libro sin caer en la desesperanza

Algunos ex comunistas se suicidaron y otros rumiaron su frustración en la neurosis o un desgarrado silencio. Pero, no Jorge Semprún. Siguió luchando, tratando de explicar aquello que había comprendido al final, en libros que son testimonios extraordinarios de lo huidiza que puede a ser a veces la verdad, y de cómo a menudo ella y la mentira se mezclan de tal manera que parece imposible identificarlas. Sin caer nunca en el pesimismo, encontrando razones suficientes para seguir militando en pos de un mundo mejor, o, por lo menos, más tolerable, con menos injusticias y menos violencias, y mostrando que siempre es posible resistir, enmendar, reiniciar esa guerra en la que sólo se pueden observar victorias momentáneas, porque, como dice Borges en el poema a su bisabuelo que luchó en Junín, “la batalla es eterna y puede prescindir de la pompa, de visibles ejércitos con clarines”.
Aunque el último libro de Semprún evoque el más espantoso de los temas —la tortura—, uno termina de leerlo sin caer en la desesperanza, porque, además de brutalidad y maldad demoníacas, hay en sus páginas, contrarrestándolas, idealismo, generosidad, valentía, convicción moral y razones sólidas para sobrevivir.

Mario Vargas Llosa, 2015

sábado, 27 de junio de 2015

En Roma 

la causa de beatificación 

de los tres mártires argentinos 

cercanos a Angelelli


En recuerdo de mons. Angelelli
EN RECUERDO DE MONS. ANGELELLI

Habla mons. Marcelo Colombo, el sucesor del obispo asesinado: «Finalmente se hace luz sobre una Iglesia golpeada a muerte porque aplicaba el Evangelio y el Concilio»


IACOPO SCARAMUZZI STEFANIA FALASCA
ROMA

Llegó a Roma la causa de beatificación del franciscano conventual Carlos Murias, del sacerdote francés “fidei donum” Gabriel Longueville (secuestrados en la base aérea del Chamical, en Argentina, el 18 de julio de 1976, torturados y asesinados) y de Wenceslao Pedernera, organizador del Movimiento Rural Católico, también asesinado en su casa ante la presencia de su esposa y sus tres hijas pocos días después (el 25 de julio).

Lo anunció el obispo de La Rioja, mons. Marcelo Colombo, el mismo religioso que se encargó de poner en marcha la causa de beatificación de su predecesor Enrique Angelelli (18 de julio de 1923 – 4 de agosto de 1976), quien, pocos días después, regresando de Chamical en donde había celebrado una misa en recuerdo de Murias y Longueville, falleció, según la policía y la magistratura de la época, en un accidente automovilístico; sin embargo, el pasado 4 de julio un tribunal reconoció que se trató de un homicidio.


En agosto de 2006, Jorge Mario Bergoglio celebró una misa el día del trigésimo aniversario de la muerte de mons. Angelelli, y recordó también a Carlos Murias, a Gabriel Longueville y a Wenceslao Pedernera. El entonces arzobispo de Buenos Aires habló sobre ese «diálogo del obispo con su Iglesia y en ese diálogo del obispo con su pueblo se vertérbra todo el crecimiento de la Iglesia, todo el caminar de la Iglesia» de La Rioja (a la que el mismo Bergoglio llegó en compañía del general de los jesuitas, Pedro Arrupe), «un diálogo que cada vez fue más perseguido, una Iglesia que fue perseguida, una Iglesia que se fue haciendo sangre, que se llamó Wenceslao, Gabriel, Carlos, testigos de la fe que predicaban y que dieron su sangre para la Iglesia, para el pueblo de Dios por la predicación del Evangelio y finalmente se hace sangre en su pastor. Fue testigo de la fe derramando su sangre». «La sangre de estos hombres que dieron su vida por la predicación del Evangelio –acotó entonces Bergoglio– es triunfo verdadero y hoy clama por vida, por vida esta Iglesia riojana que hoy es depositaria». Por ello, el recuerdo de Wenceslao, Carlos, Gabriel y del obispo Enrique no es solo una evocación, sino un desafío que nos impulsa a inspirarnos en su camino de hombres que solo consideraron el Evangelio, recibiéndolo con plena libertad. Es así como debemos ser, añadió: «Así nos quiere hoy la patria, hombres y mujeres libres de prejuicios, libres de  componendas, libres de ambiciones, libres de ideologías, hombres y mujeres de Evangelio; sólo el Evangelio y, a lo más podemos añadirle un comentario, el que le añadieron  Wenceslao, Carlos, Gabriel y el obispo, el comentario de la propia vida».


«Para Gabriel, Carlos y Wenceslao –indicó mons. Marcelo Colombo a mediados de junio en Roma, cuando entregó a la Congregación para las Causas de los Santos la documentación– comenzó una causa de beatificación por martirio, cuya fase diocesana ya está cerrada. Llevamos a la Congregación de las Causas de los Santos cuatro cajas con la documentación. La causa de Agnelelli comeinza ahora, tal vez en cierto momento se podrá pensar en una unificación, pero, por ahora, cada una de estas dos causas tiene su recorrido y hay que sacarlas adelante eficazmente, con respeto de las normas procesuales y canónicas y, sobre todo, con respeto del sentido que la Iglesia sa a estas causas, es decir hacer claro el testimonio cristiano de estos hombres».


La decisión sobre la causa de beatificación de Angelelli, dijo mons. Colombo, «era deseada por mucha gente, porque parecía correcto que se le reconociera ese papel de testimonio que tuvo para la sociedad de La Rioja, así como para la sociedad y la Iglesia de la Argentina. Pero, para poner en marcha el proceso de beatificación esperamos que concluyera la causa penal en curso en un tribunal estatal. Cuando llegó la sentencia, el pasado cuatro de julio, que también publicamos (con la condena a cadenua perpetua del exgeneral del ejército Luciano Benjamín Menéndez, de 86 años, y del ex vice comodoro Luis Fernando Estrella, de 82 años, reconocidos como los autores intelectuales del homicidio, ndr.), comenzó la causa de beatificación. Se esperó a que la justicia dijera claramente que aquel accidente no había sido casual, sino que había sido provocado para matar al obispo».

Era un pastor de almas y traducía en una vida social más justa lo que enseñaba el Evangelio
Mons. Agnelelli, recordó mons. Colombo, era un obispo del Concilio, pues participó en él y expresó ocho votos sobre la vida sacerdotal.; acompañaba a los pobres con la experiencia de las cooperativas, los movimientos rurales de la Acción Católica, pertenecía a un grupo de obispos, sacerdotes y laicos que se llamaba Coepal (Comisión Episcopal Pastoral), que trabajaba en la aplicación concreta del Vaticano II en Argentina, y presdía la comisión de religiosidad popular. Era, subrayó, un pastor de almas y traducía en una vida social más justa lo que enseñaba en Evangelio. Comenzó como obispo en agosto de 1968 y, si uno lee su primera homilía, se trataba de una lectura guiada por la “Gaudium et spes”; era un hombre que empujaba hacia la comunión, con el Papa, con la Iglesia en Argentina, en la misma diócesis, pero desgraciadamente sufrió mucho las incomprensiones en La Rioja. Estaban, explicó el obispo Colombo, los que se sentían desafiados por un modelo de Iglesia diferente, por ejemplo, los grupos amenazantes como los Cruzados de la Fe, que usaban ideológicamente a la religión, y llegaron a expulsarlo de una ciudad del interior de la Argentina, Anillaco, en donde nació el presidente Menem, el 13 de junio de 1973, cuando una multitud de comerciantes y terratenientes, que entraron a la fuerza a la Iglesia durante la celebración de la misa, comenzó a arrojar piedras contra Angelelli, porque apoyaba a los mineros y a los trabajadores rurales, y él no pudo celebrar la misa patronal. Además, continuó mons. Colombo, Angelelli adoptó la interdicción canónica con los Cruzados de la Fe. También denunció claramente el tráfico de personas, el juego de azar, que tenían nombre y apellido. Se pueden leer en los cuatro volúmenes de sus homilías que publicó la diócesis de La Rioja. Y había incluso un periódico, “El Sol”, que atacaba al obispo todos los días: lo llamaban Satanelli, en lugar de Angelelli. El obispo era una pesadilla para muchos de los terratenientes que tenían intereses económicos. Más tarde los militares fueron los que los hostigaban más, porque él denunciaba episodios irregulares (monjas detenidas para una revisión de sus documentos), pedía noticias sobre las personas que no salían de la cárcel. Angelelli era, pues, un obstáculo para la ideología de la seguridad nacional, como la definió el documento de Puebla de 1979, que, por ejemplo, bajo los principios de la revolución de los militares, privilegiaba cierto concepto de orden y la subordinación de todo a él, una deificación de la seguridad que absolutizaba el Estado frente a las personas. Él, por el contrario, subrayaba el valor de cada persona , tomándola de la imagen del mismo Cristo. Entre todos estos intereses hostiles contra Angelelli había muchas relaciones. Por ello, sentenció mons. Colombo, fue asesinado. Se dijo que los que lo mataron eran cristianos, pero «¿cómo se puede hacer una afirmación semejante si subordinaron a una ideología su fe?».


Es sabido llegó desde el Vaticano al tribunal argentino la documentación que permitió la conclusión del proceso. ¿Cómo sucedió? «Faltaban pocos días y creíamos que faltaba un documento, que, además sabíamos que lo tenía Angelelli. Cuando murió, estaba regresando de hacer algunas investigaciones sobre la muerte de los otros tres. En el coche había una carpeta, que desapereció en ese momento, y después volvió a aparecer en la mesa de uno de los militares. Per faltaba algo: una de las cartas que él había enviado por otro medio, mediante el general de los franciscanos, a la Secretaría de Estado. Yo pedí esa documentación y, gracias a la intervención del Papa, la carta fue enviada. Fue muy importante, el final de un trabajo muy artesanal que hicieron la diócesis y la justicia argentina, que en estos años ha hecho mucho para escuchar a las víctimas. Se hablaba también de otra carta, pero estaba disponible en nuestra diócesis. La justicia ahora dijo claramente que mons. Angelelli fue asesinado. Una cosa que el pueblo ya sabía, así como muchos sacerdotes y obispos. Y si hay todavía hay quienes aludan a la primera versión del accidente, la naturaleza de la muerte es, por el contrario, muy calara. Por lo demás, cuando uno tiene un accidente, la policía no va a su casa a abrir la puerta y a registrar las habitaciones, cosa que sucedió después de la muerte del obispo: fueron a casa de Angelelli, pero por fortuna no les abrieron. El cadáver, además, tenía un claro golpe en la cabeza. Hay, pues, muchos signos que hablan».


Mons. Angelelli, subrayó su sucesor en La Rioja, «era hijo de italianos, muy afectuoso, cercano a la gente. Hay obispos en Argentina que recuerdan que cuando estudiaba en Roma había sido elegido por sus compañeros como representante de los estudiantes. Era comunicativo, solidario, era un líder». Un pastor a quien Papa Francisco dedicó un homenaje en la “Evangelii gaudium”, en la que escribe que hay que tener «una oreja al Evangelio y una oreja al pueblo: es una expresión de Angelelli y una clave de discernimiento pastoral».

En general, concluyó mons. Colombo, la causa de beatificación que acaba de comenzar de Angelelli, la beatificación de Óscar Arnulfo Romero, la causa de los tres mártires que acaba de llegar a Roma, además de la de otro obispo que falleció en otro extraño accidente, Carlos Ponde de León, obispo de San Nicolás de los Arrojos (17 de marzo de 1914 – 11 de julio de 1977), demuestran que «estamos en un momento de plena luz en la Iglesia: una nueva luz que nos permite comprender cuál fue la vida religiosa de América Latina y cómo sudecieron estas cosas contra una Iglesia que ería ser verdadera Iglesia, Iglesia en salida, Iglesia samaritana, Iglesia que vive la fraternidad, golpeada a muerte para arrancar una verdadera apalicación no solo del Concilio, o de las denuncias que hacían padres de la Iglesia como Crisóstomo, sino del Evangelio de Jesús».