El obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, destacó la figura del arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba misa, y a quien definió como “mártir y amigo de los pobres y excluidos”.
En su columna semanal, el prelado contó la historia de un adolescente de 14 años que confirmó su vocación sacerdotal en marzo de 1977 al participar de una misa exequial presidida por monseñor Romero a raíz del asesinato del sacerdote Rutilio Grande.
“Un año antes de ser martirizado, Romero lo recibió en el Seminario. Hace poco estuve conversando con este joven ya adulto, de 52 años, sacerdote feliz, entregado a los pobres y constructor de paz”, destacó.
Monseñor Lozano le pidió a ese sacerdote que escribiera algunas pinceladas de las cualidades del arzobispo mártir que será beatificado el 23 de mayo y acompañó alguna de esas virtudes con párrafos de sus predicaciones.
“Me dijo que era un hombre tímido pero de decisiones firmes. Sensible al llanto y el lamento de los que sufren”, indicó y agregó: “también se conmovía ante el dolor desesperado de las mamás que buscaban a sus hijos presos, secuestrados, desaparecidos”.
El prelado gualeguaychense detalló que aquel sacerdote le dijo que monseñor Romero “confiaba en la bondad intrínseca del ser humano” y que “le gustaba andar visitando a las familias de los barrios pobres, lo que hoy el Papa (Francisco) dice de andar en las periferias y ser “pastores con olor a oveja”.
“Este hermano sacerdote con quien pude conversar se emocionaba al recordar y contarme que cuando el arzobispo llegaba a un barrio humilde -como una villa o asentamiento- quienes primero salían corriendo a recibirlo eran los niños. Él tenía una debilidad particular hacia ellos. Una vez predicó: ‘¡Cuánto vale más para mí que un niño me tenga la confianza de sonreírme, de abrazarme y hasta de darme un beso a la salida de la Iglesia, que si tuviera millones [en dinero] y fuera espantable a los niños!’”, puntualizó.
Monseñor Lozano indicó que monseñor Romero era “un hombre de oración” y “sabía lo exigente del seguimiento de Jesús”, por eso decía: "Amor a Dios hasta el exceso de dejarse matar por Él; y amor al prójimo, hasta quedar crucificados por los prójimos". “Y así fue. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado por un francotirador mientras celebraba la misa, en el momento del ofertorio”, completó.
“Romero señalaba y cuestionaba lo que muy pocos -casi nadie- se animaban a decir. Pero no hacía una descripción aséptica. Denunciaba con firmeza y claridad, sin lenguajes ambiguos o elípticos. Lo suyo no era la ‘equidistancia’ sino la cercanía con los más débiles, los vulnerables vulnerados, los pobres, los campesinos explotados y oprimidos. Un sacerdote jesuita escribió: ‘En monseñor Óscar Romero, Dios pasó por El Salvador’. Recemos por ese sufrido pueblo”, concluyó.+
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