La “conversión” de Mons. Romero,
santo
popular
La primera semana de febrero el Vaticano anunció la decisión de avanzar en
la beatificación del obispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, iniciada en 1994.
Este anuncio fue interpretado como una señal más del Papa Francisco de cercanía
hacia la Iglesia latinoamericana comprometida, de la cual Monseñor Romero es
una de sus figuras emblemáticas.
El 24 de marzo de 1980 Monseñor Romero fue asesinado cuando culminaba una
misa en el Capilla del Hospital de la Divina Providencia, en la capital de El
Salvador. Era el momento de la eucaristía. “Que este Cuerpo inmolado y esta
Sangre sacrificada por los hombres, nos alimente también para dar nuestro
cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí,
sino para dar conceptos de Justicia y de paz a nuestro pueblo…”. En ese
instante de la alocución sonó el disparo que atravesó su corazón decretando la
muerte instantánea en el mismo altar donde oficiaba.
Más de 30 años después se conoció la identidad del asesino, un subsargento
de la extinta Guardia Nacional. Marino Samayor Acosta reconoció que la orden
para el crimen la recibió del mayor Roberto d’Abuisson, uno de los promotores
de los escuadrones de la muerte y luego fundador del partido ARENA (Alianza
Republicana Nacionalista) que gobernó el país durante veinte años hasta el
2009.
El impacto de matar a un obispo
“El asesinato de Monseñor Romero tuvo una repercusión enorme, en
Centroamérica, en Latinoamérica, en Europa, en el mundo entero. No había
precedentes en la historia contemporánea de un atentado de esta naturaleza
contra un alto prelado asesinado justo en el momento de la consagración”, explica
el periodista Jacques Berset.
Berset, quien durante años fue el jefe de redacción de la Agencia de Prensa
Internacional Católica, con sede en Friburgo, hoy integra el equipo de
Cath-Info. Es un fino analista de la realidad de El Salvador, país a donde ha
realizado varios viajes. El primero de ellos en 1984, el último en 2014, cuando
recorrió todas las diócesis del país.
Los “dos” Romero
El Obispo de San Salvador – y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal –
había recibido varias amenazas a partir de inicios de1977, cuando a los 60
años, vivió una transformación personal radical. Hasta entonces, se
auto-catalogaba como conservador y no renegaba de pertenecer a una línea
eclesial tradicional.
“Fue siempre un religioso honesto y cercano a la gente. Sin embargo el
asesinato en marzo de 1977 del sacerdote jesuita Rutilio Grande, un íntimo
amigo y estrecho colaborador, opera como detonante de un cambio profundo en su
posición”, subraya Berset. Rutilio Grande, identificado con la Teología de la
Liberación, promovía en la Parroquia de Aguilares las comunidades eclesiales de
base y la organización de los campesinos de la zona.
En apenas tres años Romero fue asumiendo posiciones públicas que lo llevan a
confrontar cada vez más al Gobierno de turno y a las fuerzas armadas.
“Paradójicamente cuando fue nombrado Arzobispo de San Salvador, el 3 de febrero
de 1977, la mayoría del clero, con fuerte inserción en la base y compromiso
social, no estuvo contento con su denominación. Y fue la oligarquía salvadoreña
la que festejó su nombramiento”, acota el periodista de Cath-ch.
Prácticamente en ninguna homilía de esos tres últimos años faltó una
referencia directa a la situación política nacional y a las vivencias sufridas
y cotidianas de los sectores más marginados, la base de su iglesia.
“Luchar por el reino de Dios…no es comunismo, no es meterse en política. Es
simplemente el Evangelio que le reclama al hombre, al cristiano de hoy, más
compromiso con la historia” subrayaba Romero el 16 de julio del 1977.
Haciéndose portavoz de la defensa de los derechos humanos de su feligresía.
Y su tono fue, día a día, aumentando en intensidad. Hasta denunciar
abiertamente en febrero del 1980 a la oligarquía, “que defiende sus mezquinos
intereses…el control de la inversión, la agro-exportación y el monopolio de la
tierra”. O interpelar, ese mismo mes, al mismo presidente de los Estados Unidos
de Norteamérica, James Carter, por su política agresiva que “agudiza la
injusticia y la represión contra el pueblo organizado”.
La voz profética
Pero fue, sin duda, la homilía del día anterior a su asesinato, el 23 de
marzo de 1980, la que ejemplifica el nivel de compromiso del prelado, según
analiza Jacques Berset. Quien recuerda textualmente la orden episcopal lanzada
por el Obispo: “¡Cese la represión! Yo quisiera hacer un llamamiento muy
especial los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia
Nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo
pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos…Ningún soldado está obligado a
obedecer una orden contra la ley de Dios de “no matar”, exclamaba Romero.
Un grito profético a la desobediencia civil en un momento de intensa guerra
civil, que luego de más de un década culminaría en 1992 con los Acuerdos de Paz
de Chapultepec dejando el terrible saldo de más de 100 mil muertos, recuerda
Jacques Berset.
Su transformación desde una posición conservadora a la denuncia del poder
político, económico y militar. La fuerza de su testimonio y de su compromiso.
En síntesis, su estilo de vida y la forma brutal de su muerte; el dolor no
disimulado de centena de miles de salvadoreños y millones de cristianos
latinoamericanos, constituyen algunas de las razones que explican la notoriedad
de Monseñor Romero, explica Berset. Quien destaca, sin embargo, como el hecho
esencial, la “conversión rápida del obispo” que lo convirtió, al morir, en “San
Romero de las Américas”, según la terminología popular. Un santo de la calle en
camino ahora a la beatificación oficial vaticana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario