1. En el Antiguo Testamento
Al hablar del Espíritu Santo es importante olvidarse de lo que nos han enseñado desde niños. Nosotros acostumbramos verlo como la tercera persona de la Santísima Trinidad, con lo cual lo elevamos al rango más sublime que existe. Pero, después, no sabemos qué hacer con él. Para la inmensa mayoría de los cristianos actuales, el Espíritu Santo cuenta poquísimo. Su mención incluso provoca en ciertas personas una sonrisa extraña, como de algo reservado a monjas muy piadosas o a grupos cristianos algo exóticos.
Por eso es preferible partir de lo que podían pensar aquellos judíos a propósito del Espíritu Santo. Y lo primero que debemos decir es que para ellos era una realidad misteriosa. Hay un detalle lingüístico importante. Tanto en hebreo como en griego, las dos lenguas fundamentales de los orígenes del cristianismo, la palabra es la misma para indicar "espíritu" y "viento" (ruaj, pneuma). El viento es una realidad misteriosa, que no se ve, pero cuyos efectos son indiscutibles. Lo mismo ocurre con el espíritu de Dios. Es algo que no se ve, pero cuyos efectos son innegables.
Recorriendo el Antiguo Testamento, que es la base para hablar del Espíritu Santo, se advierte que cumple funciones muy distintas en cuatro ámbitos principales: el militar, el profético, el de la sabiduría para gobernar y el de la renovación espiritual del pueblo.
El influjo del Espíritu en el ámbito militar lo encontramos sobre todo en el libro de los Jueces. La situación que se describe es siempre la de opresión del pueblo por parte de extranjeros (sirios, madianitas, amonitas o filisteos). En esos momentos hace falta una persona excepcionalmen¬te valiente para enfrentarse a los enemigos. Entonces, el Espíritu del Señor viene sobre personajes como Otniel, Gedeón, Jefté o Sansón, y salvan a su pueblo. El libro de los Hechos no es un relato militar, pero dejará claro el valor que el Espíritu infunde a los apóstoles y a los primeros cristianos para predicar el evangelio.
El segundo ámbito de actuación del Espíritu es la profecía. La situación es aquí mucho más compleja. Los primeros profetas mostraban a veces un comportamiento extraño, de tipo extático, que era atribuido al Espíritu de Dios (algo parecido a lo que ocurría entre los griegos con la epilepsia). Hay un relato a propósito de Saúl que resulta fundamental en esta línea. Cuando Samuel unge a Saúl como rey de Israel, le indica una serie de cosas que le ocurrirán, entre ellas la siguiente: "Al llegar al pueblo (Loma de Dios) te toparás con un grupo de profetas que baja del cerro en danza frenética, detrás de una banda de arpas y cítaras, panderos y flautas. Te invadirá el espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre y te mezclarás en su danza" (1 Sm 10,5-6). Efectivamente, Saúl se encuentra con este grupo de profetas y entonces "el espíritu de Dios invadió a Saúl y se puso a danzar entre ellos" (v.10). Aquí advertimos que el espíritu provoca reacciones extrañas, de tipo extático, entre quienes lo poseen. En ciertos ambientes, estas manifestaciones no gustaban, y provocaron un opinión algo negativa sobre el Espíritu, llegándose a equiparar al "hombre del espíritu" con un loco. Quizá por eso, más tarde, la acción del Espíritu en los profetas se vio en la línea de la palabra. El Espíritu de Dios es el que habla a través de los profetas, el que les revela algo misterioso o futuro. Esta idea la tenemos muy bien formulada en 2 Sm 23, un oráculo de David: "El Espíritu del Señor habla por mí, su palabra está en mi lengua" (v.2). O en el famoso texto de Isaías que se aplicará Jesús en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren..." (Is 61,1). Esta acción del Espíritu en el profeta no se limita a la palabra, sino que recoge también el elemento anterior de la valentía. De hecho, en ciertas circunstancias hace falta mucho valor para hablar. Así lo reconoce el profeta Miqueas. Cuando todos callan o dicen cosas agradables, él se siente "lleno de valentía, de Espíritu del Señor, de justicia, de fortaleza, para anunciar sus crímenes a Jacob, sus pecados a Israel" (Miq 3,8).
El tercer ámbito de acción del Espíritu es el del gobierno, concediendo la sabiduría global que necesita el gobernante. Es un desarrollo de lo que se decía a propósito de los jueces. Ahora no se trata sólo de salvar al pueblo, sino de gobernarlo rectamente. Hablando del rey ideal, un texto del libro de Isaías nos dice que "sobre él se posará el espíritu del Señor, espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de conocimiento y respeto del Señor" (Is 11,2). Pero hay otro pasaje muy importante. Cuando Moisés se queja a Dios en el desierto de que él solo no puede gobernar al pueblo, Dios le dice que elija a setenta y dos ancianos de todas las tribus, y añade: "Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo" (Nm 11,17). Propiamente no se habla del Espíritu de Dios, pero se sobreentiende que el espíritu que tiene Moisés, y del que participarán esos hombres, es el espíritu de Dios. Este pasaje demuestra la convicción de que el Espíritu lo necesita no sólo el rey ideal sino también cualquier persona que ocupa un puesto de responsabilidad en el pueblo.
Por último, el Espíritu de Dios adquiere también un papel preponderante para todo el pueblo. Esta idea la encontramos especialmente después del destierro a Babilonia, a partir del siglo VI a.C. El sentimiento que entonces se difunde es que el pueblo ha sido castigado por sus pecados (idea común al mundo asirio-babilónico y a otras culturas). Y la única manera de dejar de ser un pueblo pecador es la transformación interior, simbolizada en un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Como dice Ezequiel: "Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos" (Ez 36,26-27). Esta promesa del espíritu la encontramos también en textos de Isaías: "Voy a derramar mi espíritu sobre tu estirpe y mi bendición sobre tus vástagos" (43,3). Esta promesa supone una "democratización" del don del Espíritu. Hasta ahora estaba reservado a grandes personajes: libertadores militares, reyes, profetas, jueces. Ahora se habla de un don para todo el pueblo. Según un relato del libro de los Números, se trata de una antigua aspiración. Ya Moisés le había dicho a Josué: "Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor" (Nm 11,29). Y esta aspiración es la que recoge el profeta Joel, desarrollándola al máximo: "Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu aquel día" (Jl 3,1-2). En este texto, el espíritu de Dios rompe todas las barreras: la del sexo (hijos e hijas), la de la edad (ancianos y jóvenes), la de las clases sociales (siervos y siervas). Es lógico que la promesa de Joel desempeñase un papel importantísimo para los primeros cristianos.
2. En los evangelios
Cuando se comparan las tradiciones de los tres evangelios sinópticos (Mc, Mt, Lc) se advierte cómo progresa la reflexión sobre el papel del Espíritu Santo.
La tradición más antigua, la de Marcos, sólo habla de él en seis ocasiones, subrayando dos aspectos: el espíritu como principio dinámico, de acción, y el espíritu como inspirador. En relación con Jesús se acentúa el aspecto dinámico: baja sobre él en el bautismo (1,10), lo impulsa al desierto (1,12) y le da poder para expulsar los demonios (ver 3,29). El aspecto de inspiración se menciona a propósito de David (12,36) y de los discípulos (13,11). Los cristianos, al recibir el espíritu en el bautismo (1,8), se benefician de su fuerza y de su inspiración.
Mateo amplía la perspectiva. Lo menciona once veces, casi el doble que Marcos. Aunque muchos temas coinciden (bautismo, desierto, expulsión de demonios, testimonio de los apóstoles), hay dos momentos capitales. Al comienzo mismo, se presenta a Jesús como engendrado por el Espíritu Santo (1,18). Y al final, Jesús ordena bautizar «en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (28,19).
En este proceso, Lucas significa un gran paso adelante, con sus 17 referencias al Espíritu Santo. La acción del Espíritu no comienza en Jesús. El mismo Juan Bautista estará lleno de Espíri¬tu Santo desde el vientre de su madre (1,15). Isabel se llena del Espíritu Santo al oír el saludo de María (1,41). Zacarías profe¬tiza lleno de Espíritu Santo (1,67). El Espíritu Santo también está sobre Simeón y le asegura que no morirá antes de ver al Mesías (2,25-27). Y la acción del Espíritu sobre Jesús también es más patente. Jesús no sólo va al desierto impulsado por el Espíritu, sino que también marcha a Galilea por acción del mismo Espíritu (4,14). En la sinagoga de Nazaret elige el texto de Isaías que comienza: «El Espíritu del Señor está sobre mí» (4,18). Y cuando vuelven de su misión los 72 discípulos, Jesús se llena de gozo del Espíritu Santo (10,21). Con respecto a los cristianos, el Espíritu no es sólo un don de Jesús que se recibe en el bautismo, sino algo que el Padre concede siempre que practicamos la oración de petición (11,13).
3. En el libro de los Hechos
Estos datos del evangelio anuncian la importancia capital que tendrá el Espíritu Santo en los Hechos, donde aparece 51 veces como motor de toda la actividad misionera de la iglesia. Lucas, igual que los otros evangelistas, se enfrenta con un misterio. ¿Cómo es posible que un grupo de personas sin gran formación, miedosas, de horizontes geográficos estrechos, se lanzase a una actividad tan intensa por todo el mundo? ¿Cómo pudieron arrostrar con alegría las mayores dificultades? Un historiador ateo diría: la fuerza del fanatismo. Los evangelis¬tas, lógicamente, no lo interpretan así. Para Mateo, la fuerza la reciben de Jesús, que les promete: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Y esto Lucas lo interpreta en el sentido: «Yo estaré con vosotros a través del Espíritu Santo». Dentro de esta concepción teológica, no tiene nada de extraño que Lucas haya querido subrayar de un modo especial el don del Espíritu. Por eso, no lo cuenta como un acto más de Jesús resuci¬tado (como hará Juan), sino como un acto especialísimo, que requiere incluso un serio período de preparación.
A lo largo del libro de los Hechos, las afirmaciones sobre el Espíritu Santo son de lo más variadas.
1. La primera que encontramos es capital. Cuando Jesús se despide de sus discípulos les dice: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra" (1,8). Por consiguiente, el don especial del Espíritu es la fuerza para ser testigos de Jesús. Hay un relación estricta entre el Espíritu y la actividad misionera. En esta línea se podrían orientar otras muchas afirmaciones del libro de los Hechos. Lleno de Espíritu Santo es como Pedro habla ante el Sanedrín (4,8) y Pablo se enfrenta al mago Elimas (13,9). Y el Espíritu desempeña un papel capital en los momentos principales: habla a Pedro para que acepte a los paganos en la comunidad (10,19-20; 11,12-16); manda elegir a Bernabé y Pablo para una tarea misionera (13,2), y este primer viaje es misión del Espíritu (13,4); durante el segundo viaje, les prohíbe predicar en Asia y dirigirse a Bitinia (16,6-7); fuerza a Pablo a dirigirse a Jerusalén, aunque allí le esperan cárceles y luchas (20,22-23). En síntesis, el Espíritu no es sólo fuerza para ser testigos de Jesús, sino que ilumina y orienta en las principales decisiones.
2. El Espíritu Santo es también el que guía la vida interna de la comunidad. En medio de las persecuciones, anima a predicar el mensaje con valentía (4,31). Cuando tiene lugar el concilio de Jerusalén, esas decisiones tan importantes las toman "el Espíritu Santo y nosotros" (15,28). Cualquier persona con un puesto de responsabilidad ha recibido esa misión del Espíritu Santo (20,28). El Espíritu es que alienta a toda la iglesia (9,31). Y es un don que reciben todos los que se bautizan (2,38), todos los que obedecen a Dios (5,32), aunque sean paganos (15,8). La identificación entre el Espíritu y la comunidad es tan grande que puede decirse que mentir a la comunidad es "mentir al Espíritu Santo" (4,31).
3. Aunque el Espíritu lo tienen todos, es típico de grandes personajes como Esteban (6,5) o Bernabé (11,24). Estos textos son muy interesantes, porque el Espíritu aparece como una cualidad más entre otras. De Esteban se dice que era "hombre dotado de fe y de Espíritu Santo" (6,5). De Bernabé, que era "hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe". En ambos casos, el Espíritu Santo está vinculado con la fe.
4. Esta acción del Espíritu en los apóstoles, en la comunidad y en los personajes importantes es un reflejo de lo que el Espíritu hizo en Jesús. De acuerdo con un discurso de Pedro, "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (10,38).
5. En ciertos casos recoge la idea tradicional de que el Espíritu es el que habló a través de los profetas (Isaías: 28,25) o de David (1,16; 4,25), y el que sigue hablando a través de los profetas actuales, como Agabo (11,28; 21,11).
6. ¿Cómo y cuándo se recibe el Espíritu? Los Hechos recuerdan tres casos distintos: 1) Según Pedro, en su primer discurso, después de recibir el bautismo (2,38). 2) En la mayoría de los casos se recibe por la imposición de manos, bien después del bautismo, como ocurre en Samaria (8,16-17), bien antes del bautismo, como en los casos de Pablo (9,17) y de los discípulos de Éfeso (19,1-7). 3) Pero la familia de Cornelio, un pagano, recibe el Espíritu antes del bautismo y sin imposición de las manos (10,44). Parece que Lucas, con esta variedad de posibilidades, deja claro la libertad absoluta del Espíritu, que no se atiene a reglas de ningún tipo.
7. ¿Quién da el Espíritu? Casi siempre se afirma o se supone que lo da Dios. Sin embargo, en una ocasión encontramos la idea de que es Jesús glorificado quien ha recibido el Espíritu y lo derrama sobre la comunidad (2,33).
8. Finalmente, cuando un grupo recibe el Espíritu por vez primera, es frecuente que este don vaya acompañado de la capacidad de hablar en lenguas extrañas. Se cuenta en el famoso episodio del capítulo segundo, pero el hecho se repite en la familia de Cornelio 10,44-47) y en los discípulos de Éfeso (19,1-7).
Después de este largo recorrido, el Espíritu de Dios sigue siendo tan misterioso como al comienzo, tan misterioso como el viento. Pero también queda clara su importancia. Todo el relato del libro de los Hechos es inconcebible sin la actividad del Espíritu Santo. El es el gran motor que impulsa a la iglesia y a los apóstoles en todo momento, el que ilumina y da fuerzas en las más diversas circunstancias. Usando una imagen moderna, es como la energía eléctrica, que da luz y mueve todos los motores. Si falla, nuestra vida queda sumida en el desconcierto.
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