sábado, 5 de octubre de 2013

Apuesta por las grandes celebraciones

José Manuel Bernal


No son pocos los que miran con disgusto las grandiosas celebraciones litúrgicas que frecuentemente presenciamos, en Roma o en otros lugares, casi siempre a través de la televisión. Son celebraciones multitudinarias, donde la gente se encuentra hacinada, envuelta en aglomeraciones masivas, en un clima despersonalizado y, a veces, hasta frívolo; en el que más bien se sienten invitados a participar en un gigantesco espectáculo. No aciertan a comprender cómo puede ser viable, en un marco tan singular, una verdadera celebración de la eucaristía, fraterna, entrañable, cargada de vida y de profundidad religiosa, comprometida y cuajada de misterio.
Esta apreciación surge desde experiencias muy distintas. Suelen ser personas, que viven con arraigo su compromiso cristiano, que comparten su experiencia cristiana en el marco de comunidades pequeñas, que en ese mismo marco celebran habitualmente la eucaristía en espacios reducidos y en un estrecho clima de fraternidad. Es comprensible que, desde esa experiencia, no se llegue a entender el sentido de esas misas grandiosas, donde la gente se ve perdida en la gran plaza de San Pedro, donde apenas existe comunicación personal y todo se ve en la lejanía, donde la comensalidad eucarística se desdibuja por completo y donde la emoción religiosa pierde fuelle frente al fuerte impacto del espectáculo. Francamente, yo comprendo que no sean pocas las personas que aceptan con suma dificultad este tipo de celebraciones.
Sin embargo yo voy a hacer una apuesta por las celebraciones multitudinarias, abarrotadas de fieles. Recuerdo, a este propósito, la genial propuesta del gran liturgista austriaco, el jesuita Joseph Andreas Jungmann. Con motivo del Congreso Eucarístico Internacional de Múnich, celebrado en 1960, Jungmann estableció una interesante analogía entre la statio Urbis, recordando la reunión de todos los fieles de Roma en una determinada basílica en torno al Papa, y una supuesta statio Orbis, en la que una gran multitud venida de muchos países se reune en torno a la eucaristía en el marco del Congreso eucarístico internacional.
¿Qué sentido ha de tener una gran celebración eucarística, en la que se congrega una gran multitud de fieles, en la línea de una statio Orbis? A mi juicio en las celebraciones multitudinarias, más allá de los inconvenientes ya destacados, se experimenta al vivo la dimensión ecuménica y universal de la eucaristía, como reunión de todos los dispersos, como superación de muros y fronteras, en la que todos los reunidos, sin distinción de razas, sexos, lenguas y culturas, se reúnen formando una gran familia. La eucaristía multitudinaria nos acerca al gran sueño escatológico, al gran banquete mesiánico al que son convocados todos los salvados y elegidos, al banquete de la abundancia y la felicidad. Cuando oímos a esas grandiosas asambleas cantando juntos, a una sola voz, los cantos de la misa o aclamando vigorosamente con el “amen” el final de la gran doxología con que concluye la anáfora, aun asistiendo como espectadores a través de la televisión, sentimos una emoción espiritual difícil de contener.
Aún recuerdo emocionado la consagración de la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona presidida por el papa Benedicto XVI; la disposición de la gran asamblea, abarrotando todos los espacios del grandioso edificio; la presencia del papa, rodeado del numeroso grupo de obispos, la serenidad de los gestos de los ministros y participantes en la celebración, la grandiosidad de los cantos interpretados por toda la asamblea, el vigoroso sonido de los acordes del órgano, el juego de las luces y la claridad de las vidrieras, junto a la imponente grandiosidad del templo; todo ello llegó a embargar a todos los participantes, adentrándoles en la entraña del misterio y trasportándoles a una experiencia profunda del Dios escondido, manifestado en la luz y en la belleza de los símbolos.
Esta es la cara positiva de esas celebraciones. Por encima de los inconvenientes, quizás debiéramos descubrir y valorar estos otros aspectos; ellos nos hacen descubrir aspectos importantes de la eucaristía, con frecuencia olvidados y desatendidos. Nunca debiéramos olvidar que no existe un determinado formato de la celebración eucarística capaz de aglutinar y contener la pluralidad de tonalidades y riquezas de la cena del Señor.

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