FIESTA DE CRISTO REY
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El próximo domingo termina el año litúrgico, con más de un mes de
anticipación al año civil. Los domingos de diciembre los dedicaremos a preparar
la Navidad (tiempo de Adviento) y a celebrarla. Pero ahora nos toca cerrar el
año, y la Iglesia lo hace con la fiesta de Cristo Rey.
Motivo y sentido de la fiesta
No se trata de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI en 1925. Por eso,
cuando se buscan imágenes de Cristo Rey en Internet, aparece una serie de
estampitas horribles, de pésimo gusto, en las que siempre lleva una corona en
la cabeza. En cambio, el arte románico y el gótico, cuando representan a Jesús
en majestad lo hacen como Maestro, con la mano derecha levantada en señal de
enseñar, no como Rey.
¿Por qué quiso Pío XI subrayar este aspecto?
Para comprenderlo hay que
recordar la fecha de la institución de la fiesta: 1925. La Primera Guerra
Mundial ha terminado hace siete años. Alemania, Francia, Italia, Rusia,
Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han tenido millones de
muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura que provocó la
caída del zar y la instauración del régimen comunista en Rusia en 1917; la
aparición del fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de Mussolini en
1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras en los
Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la
catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales
es terrible.
Ante esta situación, Pío XI no hace un simple análisis
socio-político-económico. Se remonta a un nivel más alto, y piensa que la causa
de todos los males, de la guerra y de todo lo que siguió, fue el “haber alejado
a Cristo y su ley de la propia vida, de la familia y de la sociedad”; y que “no
podría haber esperanza de paz duradera entre los pueblos mientras los
individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de Cristo Salvador”. Por
eso, piensa que lo mejor que él puede hacer como Pontífice para renovar y
reforzar la paz es “restaurar el Reino de Nuestro Señor”. Las palabras entre
comillas las he tomado del comienzo de la encíclica Quas primas con la
que instituye la fiesta.
La posible objeción es evidente: ¿se pueden resolver tantos problemas con la
simple instauración de una fiesta en honor de Cristo Rey?, ¿conseguirá una
fiesta cambiar los corazones de la gente? Los noventa años que han pasado desde
entonces demuestran que no.
Por eso, en 1970 se cambió el sentido de la fiesta. Pío XI la había colocado
en el mes de octubre, el domingo anterior a Todos los Santos. En 1970 fue
trasladada al último domingo del año litúrgico, como culminación de lo que se
ha venido recordando a propósito de la persona y el mensaje de Jesús.
Ahora, la celebración no pretende primariamente restaurar ni reforzar la paz
entre las naciones sino felicitar a Cristo por su triunfo. Como si después de
su vida de esfuerzo y dedicación a los demás hasta la muerte le concedieran el
mayor premio.
Reflexión personal
El evangelio de Juan, ofrece una visión más crítica de la realeza. Jesús es
rey, pero su reino no es de este mundo. Y no ha venido a recibir honor y
gloria, sino a dar testimonio de la verdad. Un testimonio que le costará la
vida.
Generalmente esperamos de la homilía que nos ilumine y nos anime a ser
mejores, a vivir de acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de Jesús. La fiesta
de Cristo Rey exige una actitud distinta. Lo importante no es aprender, sino felicitar,
dar la enhorabuena a quien tanto ha hecho por nosotros.
Al mismo tiempo, el
sentido primitivo de la fiesta encaja perfectamente con la situación que
vivimos hoy de problemas sociales, políticos y económicos. No podemos ser
ingenuos en las soluciones, pero tampoco podemos negarle la razón a Pío XI: si
el mundo viviese de acuerdo con el evangelio, otro gallo nos cantaría.
José Luis Sicre
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