Somos feas pero estamos aquí:
"nou lèd, nou la"
Leonardo Boff
Una de las
historias más conmovedoras que he leído últimamente es de una escritora
haitiana, nacida en 1969, que vive desde hace muchos años en Estados Unidos:
Edwidge Danticat (ver en perterjose604@yahoo.com.br).
Fundamentalmente cuenta las historias que oyó a su abuela negra, en las largas
noches de los apagones habituales del Haití pobre.
En
una de aquellas noches, la abuela, entre otras muchas historias, contó también
aquella que ha permanecido en la memoria del pueblo hasta el día de hoy: el
trágico destino de Anacaona. Era reina, poeta, pintora y danzarina.
Gobernaba la parte oeste de la isla, llamada Ayiti, que en la lengua
indígena original significaba “tierra de grandeza”, por la exuberancia
de su paisaje verde.
Todos
vivían tranquilos en aquella parte hasta que llegaron por mar los españoles,
sedientos de oro y riqueza. Saqueaban y mataban en función de su provecho. Así
que pronto prendieron a la reina Anacaona, la violaron y la mataron. Toda la
aldea fue saqueada y destruida. En el siglo XVI con la presencia de los
españoles, todos los indígenas murieron a causa de las enfermedades de los
blancos o fueron simplemente asesinados. Para sustituirlos trajeron como
esclavos a miles de africanos. Así y todo, muchas niñas negras reciben hasta
hoy el nombre de Anacaona en recuerdo tanto del esplendor del pasado como de la
continuada agonía del presente.
Pero
con la esclavización de los africanos se sentaron las bases del empobrecimiento
de esta hermosa isla, hoy la más pobre de América Latina. A pesar de eso, los
haitianos nunca se resignaron, resistieron y, mediante una revuelta de
esclavos, fueron los primeros en erradicar la esclavitud en 1794. Después en
1804 crearon una nación independiente. No les valió de mucho, porque después
vinieron los franceses y los norteamericanos, que ocuparon la isla, explotaron
sus riquezas y en seguida impusieron sangrientas dictaduras que generaron una
gran miseria que perdura hasta el día de hoy. Como si eso no bastase, el 12 de
enero de 2010 fue asolada por un terremoto de proporciones catastróficas,
dejando cerca de 200 mil muertos y tres millones de personas sin hogar, drama
con consecuencias desastrosas, todavía no sanadas por falta de solidaridad
internacional.
Edwidge
Danticat narra lo que oyó a su abuela sobre los padecimientos de los esclavos,
pero también de su resistencia y de su fe. Los esclavizados creían que cuando
muriesen sus espíritus volverían a África, a una tierra pacífica de nombre Ginen,
habitada por dioses y diosas bienhechores. Así daban un sentido mayor a su
deshumanización y abrían la puerta a una vida de libertad y bienaventuranza.
Curiosamente,
en medio de las mayores adversidades, desarrollaron una visión encantada de la
vida. De acuerdo con esta visión, según ellos, lo que cuenta de verdad en la
vida es estar vivo y sobrevivir. Fue lo que más impresionó a la autora. La
abuela contaba que las mujeres como ella, cuando se encontraban en los caminos,
o volvían cansadas y llenas de polvo del trabajo en el campo, se saludaban con
esta expresión: nou lèd, nou la, que quiere decir: “somos feas pero
estamos aquí”.
Comenta
Edwidge: “Tal vez este dicho no agrade a la sensibilidad estética de algunas
mujeres. Pero este dicho es para las mujeres pobres haitianas, como mi abuela,
más querido que mantener la belleza real o producida. Lo que vale celebrar es
el hecho de que estamos aquí, de que a pesar de todos los sufrimientos,
existimos. La esencia de la vida es la supervivencia, es poder seguir
viviendo”.
Edwidge
concluye su relato clamando: «Nosotras somos hijas de Anacaona. Nos curvamos
pero no nos doblamos. No somos atrayentes, pero aun así resistimos. De vez en
cuando debemos gritar lo más lejos que el viento pueda llevar nuestras voces: Nou
lèd, nou la! Somos feas pero estamos aquí».
¿A
que viene la narración de esta saga? Es la constatación del hecho de que tantos
y tantas en la vida pasan por tragedias absurdas, sufriendo a más no poder,
como al ver a su hijita en la cuna muerta por una bala perdida de la policía o
de los traficantes. Y derramadas todas las lágrimas, al final terminan también
diciendo: «somos víctimas y somos pobres, ¡pero estamos aquí! La vida dura y
luchada debe continuar». Y siguen adelante, “sin nadie con quien contar”, como
dice la canción.
¿Este
relato no puede valer también para el PT actual? Un puñado de miembros
corruptos, que deben ser juzgados y condenados, traicionaron los ideales
originarios. La gran mayoría, especialmente en las bases, sin culpa alguna en
los crímenes, son despreciados, difamados y perseguidos. A ellos les cabe repetir
lo que dicen las mujeres “feas” de Haití dicen: «Nos curvamos pero no nos
rompemos. Seguiremos levantando la bandera de la ética y concretando políticas
buenas para el pueblo. A pesar de haber sido humillados, sobrevivimos y aquí
estamos para realizar este sueño: ser un país rico porque consiguió
disminuir las desigualdades y realizar algo de la justicia social anhelada
desde siempre».
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