Desafío permanente: cuidar de sí mismo
Leonardo Boff
Lectoras,
lectores: Basta por el momento de política. Pensemos un poco en nuestra pobre,
infeliz/feliz existencia.
Al asumir la
categoría “cuidado” en nuestra relación con la Madre Tierra y con todos los
seres, el Papa Francisco reforzó no sólo una virtud sino un verdadero paradigma
que representa una alternativa al paradigma de la modernidad, que es el de la
voluntad de poder, que tantos daños ha producido.
Debemos cuidar
de todo, también de nosotros mismos, pues somos el más próximo de nuestros
próximos y, al mismo tiempo, el más complejo y más indescifrable de los seres.
¿Sabemos
quiénes somos? ¿Para qué existimos? ¿Hacia dónde vamos? Reflexionando sobre
estas preguntas ineludibles vale recordar la consideración de Blas Pascal
(+1662) tal vez la más verdadera.
¿Qué es
el ser humano en la naturaleza? Una nada delante del infinito, y un todo
delante de la nada, un eslabón entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la
nada de donde proviene y el infinito hacia donde va (Pensées § 72).
Verdaderamente,
no sabemos quiénes somos. Solamente desconfiamos, como diría Guimarães Rosa. En
la medida en que vamos viviendo y sufriendo, vamos descubriendo lentamente
quiénes somos. En último término somos expresiones de aquella Energía de fondo
(¿imagen de Dios?) que sustenta todo y dirige todo.
Junto con lo
que de realmente somos, existe también aquello que potencialmente podemos ser.
Lo potencial pertenece también a lo real, tal vez, a nuestra mejor parte. A
partir de este trasfondo, cabe elaborar claves de lectura que nos orienten en
la búsqueda de aquello que queremos y podemos ser.
En esta
búsqueda el cuidado de sí mismo desempeña una función decisiva. No se trata,
primeramente, de un mirar narcisista sobre el propio yo, que lleva generalmente
a no conocerse a sí mismo sino a identificarse con una imagen proyectada de sí
mismo y, por eso, falsa y alienante.
Michel Foucauld
con su minuciosa investigación Hermenéutica del sujeto (2004) intentó
rescatar la tradición occidental del cuidado del sujeto, especialmente en los
sabios del siglo II/III como Séneca, Marco Aurelio, Epicteto y otros. El gran motto
era el famoso ghôti seautón, conócete a ti mismo. Ese conocimiento no es
algo abstracto, sino muy concreto: reconócete en aquello que eres, procura
profundizar en ti mismo para descubrir tus potencialidades; intenta realizar
aquello que realmente puedes.
En este
contexto se abordaban las distintas virtudes, tan bien discutidas por Sócrates.
Él advertía evitar el peor de los vicios, que para nosotros se ha vuelto común:
la hybris. Hybris es sobrepasar los límites y buscar ser especial, por
encima de los otros. Tal vez el mayor impasse de la cultura occidental, de la
cultura cristiana, especialmente de la cultura estadounidense con su imaginado Destino
Manifiesto (sentirse el nuevo pueblo elegido por Dios) sea la hybris:
el sentimiento de superioridad y de excepcionalidad, imponiendo a los otros
nuestros valores, sancionados por Dios.
Lo primero que
hay que afirmar es que el ser humano es un sujeto y no una cosa. No es una
sustancia, constituida de una vez por todas, sino un nudo de relaciones siempre
activo que mediante la cadena de relaciones está construyéndose continuamente,
como lo hace el universo. Todos los seres del universo, según la nueva
cosmología, son portadores de cierta subjetividad porque tienen historia, viven
en interacción e interdependencia de todos con todos, aprenden intercambiando y
acumulando informaciones. Este es un principio cosmológico universal. Pero el
ser humano realiza una modalidad propia de este principio que es el hecho de
ser un sujeto consciente y reflejo. Sabe que sabe y sabe que no sabe y, para
ser completos, no sabe que no sabe.
Este nudo de
relaciones se articula a partir de un Centro alrededor del cual organiza las
relaciones con todos los demás. Ese yo profundo nunca está sólo. Su soledad es
para la comunión. Reclama un tú. O mejor, según Martin Buber, es a partir del tú
que el yo despierta y se forma. Del yo y del tú nace el nosotros.
El cuidado de
sí mimo implica, en primerísimo lugar, acogerse a uno mismo, tal como se es,
con sus aptitudes y sus límites. No con amargura, como quien quiere modificar
su situación existencial, sino con jovialidad. Acoger el propio rostro,
cabello, piernas, senos, la apariencia y modo de estar en el mundo, en fin su
cuerpo (véase Corbin y otros, O corpo, 3 vol. 2008). Cuanto más nos
aceptemos menos clínicas de cirugías plásticas existirán. Con las
características físicas que tenemos, debemos elaborar nuestro modo de ser en el
mundo.
Nada más
ridículo que la construcción artificial de una belleza moldeada en disonancia
con la belleza interior. Es el intento vano de hacer un “photoshop” de la
propia imagen.
El cuidado de
sí mismo exige saber combinar las aptitudes con las motivaciones.
No basta tener aptitud para la música si no sentimos motivación para ser
músicos. De la misma forma, no nos ayudan las motivaciones para ser músicos si
no tenemos aptitud para ello. Desperdiciamos energías y recogemos frustraciones.
Quedamos siendo mediocres, lo que no engrandece.
Otro componente
del cuidado para consigo mismo es saber y aprender a convivir con la dimensión
de sombra que acompaña a la dimensión de luz. Amamos y odiamos. Estamos hechos
con esas contradicciones. Antropológicamente se dice que somos al mismo tiempo sapiens
y demens, gente de inteligencia y junto con ello gente de rudeza. Somos
el encuentro de esas oposiciones.
Cuidar de sí
mismo es poder crear una síntesis donde las contradicciones no se anulan, pero
predomina el lado luminoso.
Cuidar de sí mismo es amarse, acogerse,
reconocer nuestra vulnerabilidad, poder llorar, saber perdonarse y desarrollar
la resiliencia, que es la capacidad de saltar por encima y aprender de los
errores y contradicciones. Entonces escribimos recto, a pesar de las líneas
torcidas.
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