Escrúpulos higiénicos para comulgar del cáliz
José Manuel Bernal
Porque el asunto que aquí se ventila es de mayor envergadura. Entramos en el terreno de los comportamientos religiosos, cuya resonancia es mayor y su importancia se percibe con mayor gravedad. Me refiero a la comunión del cáliz en la celebración eucarística. Debo decir de entrada que la admisión de los fieles para comulgar del cáliz, llevada a cabo por la reforma del Vaticano II, supuso un paso muy importante. Después de varios siglos, en los que los fieles habían sido excluidos de la comunión con las dos especies, por fin se abrían horizontes y toda la asamblea de fieles podía acercarse para participar plenamente en el sacramento de la eucaristía, comiendo del pan y bebiendo del cáliz. Hasta ahora sólo el sacerdote podía hacerlo, en un gesto claramente discriminatorio y significativamente clerical. Ahora es toda la asamblea, no solo el sacerdote, la que puede participar plenamente en el banquete eucarístico, comiendo y bebiendo, compartiendo en plenitud sacramental el cuerpo y la sangre del Señor.
Este paso, llevado a cabo por el concilio, no debe subestimarse, interpretándolo de forma superficial o frívola. Esta decisión conciliar no debe entenderse, simplemente, como otros cambios, muy importantes también, introducidos por la reforma; como la adopción de tres lecturas en la misa, o la recuperación de la homilía, o la oración de los fieles, o el abrazo de paz, etc. La invitación a que los fieles compartan el pan y el vino consagrados en la eucaristía va mucho más lejos, más a la raíz. Comulgar del cáliz no es un adorno, o un prurito frívolo, o un gesto snob, o una ceremonia más o menos ocurrente, o una práctica innovadora reservada a los grupos cultivados y progres.
Esta bipolaridad de gestos, de elementos, de palabras y de efectos salvíficos es interpretada hoy por antropólogos y teólogos como “binomios de totalidad” o, en su lengua original francés, “couples de totalités”. Así hablamos de subir y bajar, entrar y salir, comenzar y terminar, humillar y ensalzar, comer y beber. Estos binomios quieren expresar la totalidad de una acción o de un proceso (L. Dussaut). Hablando del banquete eucarístico, los elementos del binomio, en su dualidad, expresan la unidad y la plenitud sacramental del convivium, en el que comemos y bebemos, en el que compartimos la totalidad de la vida de Cristo a través de su cuerpo y de su sangre.
Hay que decir que la realidad sacramental del banquete eucarístico la experimentamos comiendo y bebiendo, compartiendo el cuerpo y la sangre del Señor. Si el sacerdote no participara en la eucaristía comiendo y bebiendo, compartiendo el cuerpo y la sangre del Señor, esa eucaristía quedaría vacía, sin sentido, perdería su propia identidad; la pregunta que yo me hago ahora es por qué no se aplica ese mismo criterio, no solo al sacerdote, sino al conjunto de la asamblea de los fieles.
Los escrúpulos por motivos de higiene, para participar del cáliz, no hay que menospreciarlos. Aunque, por ese motivo, tampoco hay por qué desistir en el empeño y dar el tema por resuelto renunciando a la comunión con las dos especies. Yo no voy a entrar aquí en detalles ni voy a dedicarme a fabricar recetas concretas para resolverlo. Hay mil soluciones. Lo que hace falta es sensibilidad teológica, imaginación lúcida y capacidad creadora. Lo importante es tomar conciencia de la gravedad del tema y buscar soluciones adecuadas, venciendo los escrúpulos y dando salida a nuestras legítimas aspiraciones.Darnos por vencidos en este asunto, después de los logros obtenidos a raíz del Concilio, representaría un retroceso lamentable y una vergonzosa vuelta al pasado.
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