Pero, ¿antes? Para que algo tan serio como “tomad, esto es mi cuerpo”, pueda decirse y entenderse, es necesario que haya un “antes”. Si lo que uno quiere darme es su amor, entonces lo mejor que puede darme es su cuerpo, su vida toda entera. Darse a sí mismo. El que dijo “tomad mi cuerpo”, estuvo dando su cuerpo a lo largo de toda su vida: al acercarse a leprosos, prostitutas, malqueridos, pobres y marginados. Y al final, entregó su cuerpo a sus enemigos, en un supremo acto de amor: “Padres, perdónales”.
¿Cómo nos da hoy su cuerpo? En tantos sin nombre que no pueden entrar en nuestro mundo rico, porque hay vallas, policías y fronteras que impiden el paso; en los enfermos de sida o de ébola; en los olvidados, marginados y despreciados. Pero también nos da su cuerpo en los hermanos y en los amigos, porque nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos. Allí donde alguien da amor, allí recibe el cuerpo del amor.
¡Dame tu cuerpo, Señor! Porque no soy un ángel. Y porque estoy hambriento y necesitado de amor. Pero dámelo para que lo cuide y lo respete. Que comprenda, Señor, que hay más amor en el dar que en el recibir. Porque dando es como recibo, cuidando es como me cuido, respetando es como me respeto. Amando recibo amor, pues amor saca amor (Teresa de Jesús).
Sólo el antes da sentido al después. Pero hay que tener cuidado para no equivocarse con “el después”. Sólo si “el después” nos lleva al “antes” y nos hace actualizar el “antes”, sólo entonces “el después” dejará de ser bagatela rechazable para convertirse en luz que ilumina.
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