Un Dios del camino
El ser de Dios es existencia para su pueblo. Va siempre por delante. Por eso se le dice a Moisés que no puede ver su rostro, porque esto es algo imposible en las condiciones de este mundo. Pero Moisés puede ver la espalda de Dios, o sea, las huellas de su paso por la historia. En Jesucristo, este Dios que acompañaba al pueblo y caminaba delante de él, se ha manifestado como “Emmanuel”, que traducido significa: “Dios con nosotros” (Mt 1,23). Para los creyentes en Jesús como el Cristo, ha quedado definitivamente claro que en él “se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres” (Tit 2,11). La gracia es la misericordia eficaz de Dios, su bondad y su amor. Y, al contrario de lo que ocurría con Yahvéh, a Jesús sí se le puede mirar cara a cara.
Hay una continuidad entre Yahvéh que libera a su pueblo de la esclavitud y le acompaña en su camino, y Jesús, que es también “el Camino” que conduce a la Verdad y a la Vida. Un camino está para ser recorrido. Pero en nuestro caso el Camino es la persona de Jesús. ¿Cómo se recorre este camino hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación? Poniéndonos en su seguimiento, o sea, viviendo su misma vida, teniendo sus mismos sentimientos, actuando con su mismo espíritu. En Jesús, Dios no solo nos acompaña en nuestro camino, sino que él mismo se ha hecho Camino. Mirándole a él, sabemos de forma muy concreta dónde esta la puerta de la vida, por dónde tenemos que ir para encontrarnos definitivamente con Dios.
El Nombre innombrable de Yahvéh se ha unido de forma irrevocable con nuestra humanidad, acompañando a todo ser humano, de forma que si Yahvéh es el Dios del camino, Jesús es el Camino que llevamos con nosotros dondequiera que vayamos.
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