sábado, 7 de diciembre de 2013

Martín Gelabert Ballester, OP 
Tenemos un problema de contenido 



Si el problema del lenguaje es serio (como decía en el post anterior), quizás el de los contenidos de la predicación lo es aún más. No porque ofrezcamos contenidos inexactos o distorsionados, sino porque no guardamos el necesario equilibrio entre las verdades de la fe o no sabemos situar esas verdades en el contexto que les da sentido. Corremos así el riesgo de ofrecer un evangelio mutilado y reducido a alguno de sus aspectos secundarios que, por sí solos, no manifiestan el corazón del mensaje cristiano. Ya el Vaticano II recordó que existe un orden o jerarquía de verdades. También Tomás de Aquino enseñaba esta jerarquía a propósito del mensaje moral de la Iglesia: toda la moral está regulada por el amor, y la misericordia es la mayor de todas las virtudes.



El Papa Francisco saca las consecuencias pastorales de esta enseñanza: “En el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Esta se advierte en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación. Por ejemplo, si un párroco a lo largo del año litúrgico habla diez veces sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la caridad o la justicia, se produce una desproporción donde las que se ensombrecen son precisamente aquellas virtudes que deberían estar más presentes en la predicación y en la catequesis. Lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios”.



El equilibrio que reclama el Papa se refiere también al modo de exponer algunas doctrinas o preceptos, de modo que se mantenga el necesario equilibrio y la debida proporción entre todos los aspectos de la doctrina o el precepto. Porque si nos quedamos solo con uno de estos aspectos o siempre insistimos en el mismo punto, podemos ofrecer una visión engañosa y distorsionada de la verdad católica. El Papa nombra uno de los ejemplos más delicados, como es el caso del aborto. Ningún católico discute la criminalidad del aborto. Lo que se discute es que sea el único crimen denunciable. También las estructuras económicas matan. Y matan cada día. Y a mucha gente. No es cuestión de olvidarlo o de decirlo de pasada o de decirlo muy de vez en cuando.



En el caso del aborto si nos quedamos solo en la condena o en el reproche mutilamos la doctrina de la Iglesia y olvidamos un aspecto fundamental para valorar bien estos penosos casos. Hay que preguntarse “qué hemos hecho para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?”. Seguro que si las comprendemos, las valoraremos y trataremos de “otra manera”, de una “nueva” manera.

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